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ADVERTENCIA

CONTENIDO EXPLÍCITO +18
NO APTO PARA PERSONAS SENSIBLES.

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Han pasado cuatro días desde que llegué al Palacio de Verano, también conocido como Relicario maldito, un territorio lujoso y a la vez lúgubre, decorado con calaveras demoníacas y esqueletos de bestias gigantes. Desde ese entonces no volví a cruzar palabra o siquiera mirar al Rey de las maldiciones, tampoco a sus sirvientes.

Durante esos días, me mantuve cautiva en mi habitación asignada. No permití que nadie entrara y me dediqué a meditar para fortalecer mis defensas espirituales contra Sukuna.

Al mirar hacia el cielo oscuro, bañado de naranja por los rayos del sol poniente, pensé en darme un baño antes de dormir, me dirigí a las aguas termales aún sorprendida por las dimensiones de aquel lugar, todo era absurdamente amplio para una sola persona. Al llegar, me percaté que no había nadie más. El lugar era enorme y lujoso, con columnas de mármol negro y estatuas demoníacas custodiando el perímetro.

Con parsimonia retiré mi vestido y me sumergí en la orilla, el suave aroma a flor de melocotón invadió mis fosas nasales produciendo un efecto relajante, los pececillos revoloteaban a mi alrededor mientras era mecida por la corriente. Cerré los ojos apoyando mi espalda contra la pared, disfrutando de aquella paz embriagante, poco a poco mi cuerpo y mi mente comenzaban a aclararse.

De golpe percibí una presencia maligna, desviando mi atención hacia el ser que se materializaba a pocos metros de mí. Era Sukuna. Lentamente se despojaba de su vestimenta sin apartarme la mirada.

Por alguna razón no podía dejar de ver su esculpido cuerpo. Era cierto, su cuerpo era capaz de hipnotizar a cualquiera. Era glorioso, tonificado, bronceado e incluso apetecible, pero aún así, no me sentía cómoda a solas con él.

Sentí una mezcla de atracción y temor hacia él. Aparté la vista y traté de mantener mi distancia, consciente de los peligros que representaba estar a solas con él.

—Aún llevo ropa interior— comentó jocoso ingresando al agua —, No soy tan feo como para que apartes la vista horrorizada.

Mi corazón se aceleró ante su comentario, pero traté de mantener la compostura.

—No es cuestión de belleza, sino de respeto y privacidad. Márchate... No permitiré que te acerques más a mí. No me importa cómo te veas, Sukuna. No tengo interés en caer en tus juegos y distracciones indecentes. No te permitiré desviarme de mi camino— dije, poniéndome en pie.

—¿Temes sucumbir a la tentación, Jena? La ropa no oculta la verdad. ¿Qué deseas realmente?— sus ojos brillaban con un toque sádico.

—De ti, no deseo nada. ¿A qué has venido?— le pregunté a la defensiva mientras me cubría con ambos brazos.

—Por si no lo sabías, estos son mis aposentos— recalcó, recorriéndome con la mirada.

—¡Oh! No me había dado cuenta. Me iré enseguida— respondí, dirigiéndome a las escaleras, no obstante, no logré subir un solo peldaño, pues choqué bruscamente con el torso desnudo de la maldición y estuve a punto de caer a bruces, pero justo antes me sujetó por los hombros.

༻𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐𝒔༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora