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Me arrodillé sobre el campo para orar. El agradable aroma a flores inundó el aire, una luz cálida brillaba amor intenso envolviéndome en su gracia, no veía a Dios, sino a su manifestación física y de repente, el tiempo se detuvo, el río dejó de fluir, las aves se congelaron en el cielo, El ser infinitamente sabio habló de modo solemne.
—Tu alma se ha enfriado y duras pruebas te aguardan... debes volver al camino del cual te desviaste— mi cuerpo se paralizó ante el raudal de acordes penetrantes que era su voz.
—Sea cual sea la prueba, deseo ser obediente a tus mandatos... ni siquiera te digo que seré perfectamente fiel, tan solo te digo que deseo ser fiel— susurré entre lágrimas.
—Si deseas agradarme, abandona tu afecto mortal y cumple con tu misión. ¿Estás dispuesta a dejar todo por mí? — preguntó Dios.
La presión de su presencia era abrumadora y aquella orden retumbaba en mis oídos una y otra vez.
—Si, lo haré... por ti— dije entre sollozos, no tenía la fuerza para negarme a su voluntad. No podía oponerme al Ser que me lo dio todo sin merecerlo.
—¡Mantente firme y no bajes la guardia, porque tus obras serán recompensadas!— Una luz cegadora y sobrenatural me rodeó como una niebla y debido a la intensidad mis párpados se tornaron cada vez más pesados. No pude resistirme a la luz.
—Dormiste la mayor parte del tiempo, de hecho, ya va a atardecer—murmuró Satoru trazando delicados círculos en mi hombro.
Desperté con parsimonia y me percaté que ya no estábamos en el bosque sino dentro de un bote. Me incorporé de golpe, confundida por lo que estaba pasando. Dos mujeres y una niña remaban vigorosamente.
