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╰⊱⊱╮Narra Jena ╰⊱⊱╮

El rey de las maldiciones y su leal sirviente, Lord Lee, abandonaron el Monasterio para reunir a las maldiciones que defenderían la Isla, mientras tanto, tendría que presentar mi renuncia al cargo de Arzobispo Supremo del Templo de la Ley ante la Corte de Arabia Saudita.

No quería hacerlo, con un nudo en el estómago entregué aquella carta, sin embargo, era indispensable la ayuda de Sukuna y su ejército para proteger mi nación y a mi familia. Fue una decisión difícil, pero no podía permitir que Kyivan Rus continuara amenazando a quienes amo.

—Jena, tenemos que hablar— Yuta cerró la puerta con seguro e intentó acorralarme —. ¿Qué clase de relación tienes con Sukuna?

—Eso no es asunto tuyo, Yuta— respondí con firmeza, haciéndolo a un lado.

—Has cambiado tanto, Jena, ya ni siquiera te reconozco— recalcó él.

—Tienes razón, no me conoces en absoluto. Mis motivos y decisiones son solo mías y no tienes derecho a juzgarlas— demandé dirigiéndome a la puerta para concluir la conversación.

—Jena, dime la verdad... ¿Qué hay entre ustedes dos?— me tomó por los hombros para acorralarme contra la pared, veía la desesperación en sus ojos.

—Eso es asunto mío, Yuta. No tengo que darte explicaciones sobre mi vida personal.

—Dime la verdad... ¿Lo amas a él?— acortó la distancia entre nuestros cuerpos —. ¿Tan fácilmente te olvidaste de mí?

—No es asunto tuyo, Yuta— sus ojos amenazaban con romper en llanto —. Sukuna y yo solo somos aliados temporales.

—¿Aliados temporales? Eso es una mentira, Jena. Sé que hay algo más entre ustedes dos. He visto cómo te mira... se siente tu dueño— se acercó tanto que podía sentir su aliento sobre mi cuello —. Jena, ¿qué ocurre? Quiero ayudarte, siento que estás en peligro. ¿Te ha lastimado? ¿Ha intentado forzarte?

—No necesito tu ayuda, Yuta. Mi relación con Sukuna es asunto mío y no te incumbe— dije fríamente, apartándome de él para dirigirme a la salida.

—Te conozco lo suficiente como para poder ver que estás bajo su influencia, ya no eres la misma— tiró de mi brazo para acercarme nuevamente a él.

—No tienes idea de lo que estás hablando, Yuta. Suéltame— con brusquedad me zafé de su agarre —. Déjame en paz.

—No puedo dejar que te haga daño, Jena... Estoy dispuesto a protegerte incluso con mi propia vida— él me siguió fuera de la habitación notablemente frustrado.

—No necesito tu protección, Yuta. No vuelvas a tocarme, no tienes el derecho.

—¿Y él sí? ¿Él si puede tocarte?— reclamó volviendo a sujetarme del brazo. De repente, fuimos interceptados por Jeshael y Muhammad.

—¿Qué están haciendo aquí?— pregunté con impaciencia deshaciéndome del agarre de Yuta.

—La matriarca Minerva los solicita en su despacho— respondió Muhammad señalando la puerta. Ingresé a la oficina seguida por Jeshael, Ahmed y Yuta.

༻𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐𝒔༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora