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Me senté sobre la cama y parpadeé repetidas veces hasta despertar completamente; observé en silencio al Rey de las maldiciones, sentado justo delante de mí, en una silla y su penetrante mirada carmesí era críptica, no transmitía emociones de ningú...

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Me senté sobre la cama y parpadeé repetidas veces hasta despertar completamente; observé en silencio al Rey de las maldiciones, sentado justo delante de mí, en una silla y su penetrante mirada carmesí era críptica, no transmitía emociones de ningún tipo, lo cual me generaba más temor del necesario.

—¿Cómo te sientes, Jena?— cuestionó, escaneándome con la mirada —. ¿Qué tal dormiste?

—Me siento... desorientada ¿Dónde estamos?— veía con curiosidad a mi alrededor.

—En mi barco, de regreso al Imperio Maldito...— contestó acercándose —. Dormiste durante cuarenta días, Jena. ¿No recuerdas lo que pasó?

—No recuerdo nada...— afirmé, sintiendo una mezcla de confusión y temor —. ¿Por qué?

—Tu energía maldita rompió el equilibrio natural de tu alma, te hice beber mi sangre mientras Tituba realizaba un ritual de congelamiento con la sangre de los arcángeles para someter el mal dentro de ti... temporalmente— explicó Sukuna —. Tu cuerpo y alma tuvieron que adaptarse a las fuerzas primordiales, por eso estuviste en coma.

—Entiendo...—murmuré, tratando de procesar sus palabras.

—Su majestad, aquí está lo que solicitó— Uraume ingresó a la pieza con un cubo con agua, jabón y un paño.

—Déjalo cerca de la cama y retírate— ordenó Sukuna sin apartar su atención de mí.

—Por supuesto, mi rey—respondió Uraume mientras dejaba el cubo cerca de la cama y se retiraba en silencio.

Sin previo aviso, Sukuna removió la sábana que me envolvía y seguido de ello, bajó la cremallera de mi vestido.

—¡Detente! ¿¡Qué estás haciendo!?— un escalofrío recorrió mi cuerpo.

—Te voy a limpiar— explicó él —. No te preocupes, llevo haciéndolo desde que perdiste la consciencia.

—No necesito que me limpies— respondí con voz temblorosa, retrocediendo más.

Sukuna remojó el paño en el agua tibia y después lo frotó sobre mi cuello, hombros y espalda; lentamente descendió por mis senos, abdomen, hasta llegar a mi entrepierna. Lo vi tragar saliva, tenso, sin embargo, se abstuvo de sus perversiones y pasó a limpiar más muslos y piernas.

༻𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐𝒔༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora