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En la madrugada viajamos a la frontera de Kyivan Rus, la noticia de un ataque perpetuado por el Rey de las maldiciones se extendió como la pólvora.

La visión era trágica... devastadora. Cientos de cuerpos mutilados yacían a la orilla de la carretera, y un enjambre de moscas propagaba el hedor.

Era horrible.

Innumerables aldeas saqueadas y reducidas a cenizas, Ryōmen Sukuna era como un desastre natural; destruía toda forma de vida a su paso, sin embargo, él y su séquito de maldiciones se ensañaron con los hechiceros custodios de la frontera. A quienes torturaron hasta orillarlos al suicidio.

—Hemos explorado esta zona: cada casa, cada pueblo, cada cueva... nadie ha sobrevivido— enfatizó un soldado.

—Hay sobrevivientes— afirmó Pitia —. El arpa continúa sonando.

—Vuelvan a revisar, debajo de cada piedra, en cada arbusto, incluso en los granos de polvo— ordené.

El sol comenzó a surgir por el horizonte, los tenues rayos de luz lentamente fueron resplandeciendo entre la oscuridad.

—Reúnan todos los cadáveres en una sola aldea, lleven a las plañideras, que el rito fúnebre sea adecuado para que sus almas descansen en paz— proseguí entre un grupo de soldados —. Y ustedes, construyan un hospicio para los sobrevivientes.

Ambos equipos hicieron una reverencia y se retiraron a sus labores, por otro lado, Pitia, Merlín y yo nos reagrupamos con los caballeros de la orden celestial.

Con energía sagrada escaneamos las ruinas, los arroyos, las cuevas y cada uno de los rincones del bosque, sin embargo, no encontramos un solo superviviente.

—Arzobispo Supremo— interrumpió Kardec acercándose con un bulto en brazos, el cual tomé sin pensarlo.

—¿Un bebé?— cuestionó Pitia retirándole algunas prendas de la cabeza —. Una niña.

—El único sobreviviente en estos 10 km— agregó Doyle —. Parece ser que su madre la escondió en un hoyo bajo la tierra. 

༻𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐𝒔༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora