Prólogo

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Nadie tiene derecho a arruinarte la vida o a someterte a una oscuridad tan abrasadora que poco a poco vas cayendo en la desesperanza.

Es muy difícil ser lo suficientemente fuerte para superar un evento traumático, dicen que sólo los valientes lo consiguen, puesto que requiere de un gran esfuerzo para aceptar el pasado y conseguir vivir con los recuerdos día con día.

Es fácil decirlo para las personas que han tenido la suerte de no pasar por algo así, pero para los que fuimos marcados por la desgracia no es tan de sencillo. Nosotros llevamos heridas ocultas en lo más profundo de nuestro ser que no nos dejan avanzar, que nos hacen sentir una presión en el pecho que no nos permite respirar y en nuestra mente no cabe otro pensamiento más que el de terminar con la agonía, pero ¿De qué serviría? Acabar con la vida no es iniciar una nueva, por lo contrario, eso sólo deja más destrucción, dolor y sufrimiento. Es consentir que aquel que nos hizo daño tenga el control de nuestras decisiones, hacerle sentir que ganó y que logró acabar con la poca esperanza y cariño propio que nos teníamos. No es justo dejar de creer en nosotros mismos por culpa de una persona desgraciada.

Yo no soy quien para ser tomada como ejemplo, pero sé lo que se siente estar vacía por dentro. Sé lo que es estar en depresión, dejar de creer en el amor, tener miedo constantemente, no tener confianza en nada ni en nadie, y sobre todo, sé lo que es perder por completo la identidad.

¿Qué fue lo que me ayudó? El no querer ser esclava un doloroso recuerdo y las personas que aunque yo no lo veía, siempre estuvieron a mi lado, apoyándome, queriéndome y ayudándome.

Yo dejé de creer en el amor. Me había hecho a la idea de que amar y ser amado era una ilusión que simplemente escondía las lágrimas de un futuro tormentoso. Me había prometido a mí misma mantenerme alejada de los hombres hipócritas que se esconden detrás de una coqueta sonrisa, después de todo, ya sabía que nada bueno salía de las relaciones, pero nunca me imaginé que algún día mi corazón volvería a la vida gracias a un completo desconocido.

Él me hizo volver a sonreí, a disfrutar de los pequeños momentos espontáneos, a encontrarle un nuevo significado a la vida. Él fue mi segunda oportunidad y la persona que sostuvo mi mano en la oscuridad.

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