Día 23: Enojo

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05 de agosto, 2008

La puerta del estudio de Cesar Rossi sonó tres veces antes de que la voz rasposa del hombre preguntara quién lo molestaba.

-Soy Louis- contestó el pequeño de casi seis años-. Tengo hambre, Lila otra vez no quiso comer.

-Ese no es asunto mío, arréglenlo entre ustedes- contestó con molestia el padre-. Los asuntos de ustedes tres no podrían importarme menos.

El sentimiento de rechazo que era ya muy común a su corta edad, lo invadió, ¿Qué culpa tenía él de pasar por esa situación? Él no había deseado existir, simplemente llegó. Ni siquiera Lila o Luna lo querían.

-Y vete de aquí- lo apremió Cesar-. Estoy tratando de que las cuentas del mes me cuadren y tu presencia me perturba, eres como un demonio.

-¡Cesar!- gritó Alena Rossi, regañando a su esposo-. No te permito que le hables de esa forma a tu hijo.

-Esa cosa no es mi hijo- hizo un ademán con desdén-. Por mí que desaparezca.

Los ojos de Louis se empañaron con lágrimas que se había jurado no derramar nunca más ante el rechazo de su padre. Con rabia, se talló los ojos y salió corriendo de ese lugar. ¿Por qué no llegaban Luna o Lila? Ya no quería estar solo.

Más tarde ese día, respondió al llamado de su madre para cenar, estaba de camino al comedor, cuando ruidos de cristales rotos se escucharon desde el despacho de Cesar. Dudó un par de segundos, pero decidió ir en cuanto vio a su madre correr hacia el ruido.

-Maldita sea Gabriel Agreste- escuchó a su padre vociferar con voz alcoholizada-. Tenía mucho futuro en esa empresa, pude lograr tanto.

-Cesar, el único responsable de los robos, fuiste tú- lo apremió Alena-. Tú y esa obsesión con el casino.

-No tendría ninguna necesidad de buscar dinero extra si me hubieras dado un hijo sano como siempre te lo pedí, no esas "tres" basuras.

Louis decidió quedarse afuera, escuchando a través de la puerta. La pelea de sus padres fue subiendo de tono y de reclamos. Su madre lloraba y le suplicaba que no lo hiciera. ¿Que no hiciera qué?

-¡No, Cesar!- la curiosidad e Louis no pudo más y abrió la puerta del despacho justo cuando su padre jalaba el gatillo del arma que sostenía entre sus dientes.

Su pequeño cuerpo se convulsionó en arcadas mientras vomitaba al ver la mancha de sangre y sesos en la pared y el cuerpo de su padre desplomado en el piso sin vida. Su madre lloraba y pedía ayuda. Cuando su cuerpo no dio más, se desmayó en el lugar.

Cuando Luna llegó esa noche, descubrió que su padre se había suicidado, y supo que la más afectada sería Lila, la única a la que Cesar alguna vez quiso. Lamentó la pérdida por su hermana, pero internamente agradecía la cobardía de su padre.

13 de marzo, 2026

Marinette envolvió en papel celofán el libro que le había conseguido a Felix por su medio año de relación formal. Le había costado muchísimo, pero había conseguido aquella edición limitada ilustrada por el cincuenta aniversario de Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. En una de sus tantas pláticas, él había comentado que en su adolescencia quiso ese libro, pero nunca lo encontró en francés, fue una fortuna que ella lo hubiera encontrado, era de segunda mano, pero parecía nuevo.

No era una coincidencia que hubiera escogido un restaurante colombiano para celebrar la ocasión, Felix había estado gratamente sorprendido por esa elección.

Cuando Felix pasó por ella, quiso cancelar todos sus planes y quedarse en su departamento toda la noche con él nada más. La vista que le ofrecía era exquisita. Desde su cabello perfectamente peinado, su mentón sin rastros de barba, expidiendo un olor a loción para afeitar, llegando al perfecto traje a medida que usaba, color azul obscuro, tan a medida, que sabía que Gabriel lo había diseñado solamente para su hijo. La camisa blanca que portaba por debajo estaba abierta en los últimos botones, sin restarle elegancia. No portaba ninguna corbata, pero no la necesitaba para tener ese aire de superioridad que hacía que sus piernas perdieran el equilibrio.

Umbrella (Felinette Miraculous AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora