Nada Que Nos Salve

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Recuerdo los sueños que dejé atrás por ella y me siento una completa tonta. El verla ahí, parada, casi como la primera vez... no genera mucho en mi. Las memorias de nosotras siguen instaladas en mi mente, admito que siempre soñé con esto, pero ahora, después de haberme enamorado un poco de él. Lo que antes sentía por ella, se debilitó y ahora colgaba de un hilo. Ya no estaba tan locamente enamorada de ella.

— Daniela Calle... — murmuro a centímetros de mi. 

— María José.

No me di cuenta, pero su nombre salió tan secamente de mi boca. Sus orbes se tornaron cristalinos. Pero no sentí esas ganas de protegerla como antes, solo un poco de lástima.

Ella estaba situada justo enfrente de mí, con la mirada triste, ojeras y el pelo desordenado.

Además que traía la sudadera que le di aquel día en la montaña.

Que desastre.

Se ve hermo...

No corazón, esta vez no te dejaré controlarme.

— ¿Qué tal?. — pregunte con simpleza.

Me miró descolocada por mi repentina pregunta.

— Bien, supongo. — contestó confundida.

— Me alegra.

En sus manos sostenía un par de hojas e inconscientemente no se daba cuenta que las estaba arrugando demasiado, incluso ella podría dañarse.

Me quedé en silencio observándola y contemplando el día más incómodo de mi vida.

— ¿Tú como estas?. — pregunto.

Arrugue el ceño y desvié la mirada. ¿Qué clase de pregunta es esa?.

— Bien.

Su rostro se tornó completamente rojo de la vergüenza.

— Lo siento, yo...

— Si vuelves a decir esa palabra te juro que tomó un avión ahora mismo. — interrumpí.

No podía permitir que llegara como si nada y metiera el pasado en mi futuro, que de por sí ya es una mierda.

— Si, ¿podemos hablar?.— pidió amablemente. 

— Depende. — conteste abrumada. 

— ¿De que?.— frunció el ceño.  

— Si vienes con el mismo propósito de las películas románticas, te puedes ir. Si no, te puedes quedar, pero lejos de mi. Gracias. — sonreí un poco.

— Daniela yo lamento todo esto, pero quiero ayudarte...

— Muy tarde María José.

— Nunca es tarde. 

— Para mi, lo es.— admití. 

— Dame la oportunidad de reconstruirnos.

— Tú lo dijiste... ya no hay nada que nos salve.

— El amor es la cura más fuerte. — murmuró decida.

— Tienes razón. — murmuré viendo esperanza en ella. — Pero no es contigo.

Su semblante de esperanza decae, dejando un rostro carente de emociones.

— Dijiste que me amarías eternamente.— menciona al borde de las lagrimas.

— Bueno, las dos somos perfectas mentirosas. Adiós María José. — dije cansada de aquella plática.

— No te vayas. — imploro.

Lejos De Nuestra ConstelaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora