Sofía
Ya pasó un año desde ese terrorífico día. Volteo a como era mi vida antes del accidente y me da mucha nostalgia. Quisiera que esa fuera todavía mi vida, pero la realidad es que ya no lo es. La gente piensa que con el tiempo te comienzas a acostumbrar a la ausencia de las personas, y en parte es verdad. A todo se acostumbra uno, incluso a la muerte.
Todo este año fue un verdadero desafío. Cuando recién me desperté de ese coma en el que entró mu cuerpo para protegerme. A aceptar a manejar mis sentimientos, porque por meses ellos me dominaron a mí.
Hace dos meses entré por primera vez al cuarto de mi hermana. Me dolía ver que todo seguía igual como ella lo dejó. Mis papás seguían entrando a limpiarlo, sinceramente no sé si eso les hacía algún bien. Pero ellos querían seguir haciéndolo. Y está bien. Hace mucho dejé de intentar entender las acciones de los demás, el ochenta por ciento de las veces te terminas equivocando.
Cuando entré sentí un vació muy grande en mi corazón. Me senté en su cama y por unos segundos fingí que todavía estaba conmigo. Que ella también se sentó a mi lado. Llevé una de sus almohadas a mi pecho y comencé a llorar.
Llorar no está mal, no es sinónimo de debilidad sino de fortaleza.
Llorar cura el alma.
Todo seguía igual, pero al mismo tiempo tan diferente.
En su cuarto había un pequeño librero lleno de libros que nunca me interesé en leer. Su escritorio. Su ropa. Su closet. Su cama. Todo seguía igual pero ahora se sentía... vacío.
En su escritorio vi que había varias cosas y entre ellas visualicé una pulsera roja. Nunca la había visto. Fruncí mi entrecejo. Se me hizo raro ver esa pulsera ahí. Pero sentí una conexión instantánea. Fue como si llevara meses esperando por mí. Supongo que ahora Natalia que ya no está no le molestará que agarre una de sus cosas, y si es así pues que venga y me la haga de pedo. Mis lágrimas comenzaron a secarse y sonreí ligeramente ante ese pensamiento, mientras me acercaba a su escritorio para tomarla.
Decidí que me la iba a poner, que a partir de hoy esa pulsera iba a ser mía. Con cuidado me la puse en mi mano izquierda. Decidí esa mano porque es el la que está al lado del corazón. Tal vez suene tonto. Pero tenía todo el significado del mundo para mí. Solamente supe que tenía que ir en esa mano y que jamás me la iba a quitar.
Hay solamente dos cosas que puedan pasar para que esa pulsera abandone mi mano. Una de ellas es que se me caiga o se rompa con el paso del tiempo. Y la segunda es que me muera. Que trágico.
Me sorprendí con todos estos pensamientos. No suelo ser de las personas que toman decisiones a largo plazo. No lo soy. Me di cuenta que comencé a cambiar mucho desde que murió Natalia. Unas cosas radicalmente y otras de manera sutil.
Al mismo tiempo era yo, pero por otro lado no lo era. Yo quería descubrir quién era.
Supongo que la vida es un viaje y su único objetivo es conocerte mejor.
No he sonreído muchas veces a lo largo de este año. Sonreír me costaba mucho. Porque sentía que era como decir que ya estaba bien, que ya era feliz. Y no lo soy. Y no sé si algún día lo iba a volver a ser.
Pero comenzaba a tener esperanza.
Porque sin duda no estaba tan mal como hace un año.
No estaba del todo bien, pero estaba sanando.
Por eso mismo cuando salí del cuarto de mi hermana sabía que me tenía que ir. Necesitaba alejarme de todos estos pensamientos, acciones y aunque suene duro. Necesitaba alejarme de mi familia.
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Hasta donde suene mi voz
RomanceSi alguien te dijera que tu vida está por cambiar, pero no por el buen sentido ¿cómo te sentirías? Sofía estaba a punto de dar ese gran salto hacia la adultez. Ya estaba pensando si se iba a ir a Australia o a Canadá... pero ¿qué pasa cuando la vida...