CAPÍTULO VEINTITRÉS. Desayuno Irlandés

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Sofía

—¿Ya viste cómo te había dejado ganar la vez pasada? —le estaba diciendo a Marcus entre grandes bocanadas de aire.

Ya no me encontraba en forma, tantos meses sin hacer ningún tipo de ejercicio cardiovascular me estaba pasando factura. Si había ido unos meses al gimnasio después de la muerte de mi hermana porque me lo habían recomendado. Es bueno para sacar la ira del cuerpo, golpear algo o dejarte exhausta físicamente y que no te de tiempo de tener una caída emocional, y en esos días me había ayudado mucho, no pensar en nada. Pero desde que llegué a Galway no había hecho ningún tipo de ejercicio.

Estábamos entrando al restaurante que me mencionó Marcus. No había tanta gente, y es probable que nos pasen mucho más rápido.

—¿Y qué te hace pensar que yo no te dejé ganar en esta ocasión? —me cuestionó Marcus.

—Los hombres jamás dejan ganar, tienen un ego demasiado grande.

—Pues me alegra decirte que yo no entro en tus estándares de hombres.

—Entonces... ¿me estás diciendo que sí me dejaste ganar?

—Diga lo que diga no me vas a creer, así que ¿para qué molestarse?

Me quedé un poco indignada porque tiene razón, sea cual sea la respuesta me costaría creerle porque sembró la duda en mi cabeza. Tal vez si me dejó porque sabe que ya voy a pagar la comida y sentir que él también va a pagar algo, o solamente me vio tan mal ayer y me tiene lástima... no. Aparto ese pensamiento rápido de mi mente porque solo me deprimiría.

—Sí tú dices.

—Es correcto. A demás gracias por apurarte en llegar, después de haberme hecho esperar diez segundos demás, que desconsiderada —suspira dramáticamente—. Pero creo que te podré perdonar por haberte apresurado en llegar aquí. En la balanza del bien y el mal quedaste pareja, así que gracias.

—Eres bien dramático, ¿de dónde lo aprendiste? —un pensamiento me llega rápidamente—. Espera. No me digas que tu mamá es súper dramática, o espera, tienes una hermana que te ha hecho la vida imposible y te hizo ser así.

Con el mero hecho de imaginarme eso me dieron ganas de sonreír, porque no importa la nacionalidad que tenga un mujer, hay cosas en las que sí nos parecemos, y la gran mayaría somos bien reinas del drama. Pero con lo que me dijo Marcus, se me borró cualquier atisbo de sonrisa.

—Sí, puede que lo haya aprendido de mi mamá, pero ya no me acuerdo. Falleció cuando yo tenía quince años.

¿Marcus había perdido a alguien? Sé qué es una tontería sorprenderme de que alguien haya perdido a alguien. Es tan común que la gente muera, que si detenemos el curso tan rápido de nuestra vida y nos ponemos a meditar en las personas en nuestros entorno, más de una ya habrá sufrido la pérdida de alguien importante en sus vidas.

La muerte no es una anomalía, es una realidad, que pasa y pasa todos los días.

Desde que yo viví la muerte y la experimenté de primera mano no he podido volver a ser la misma, así que me entró la duda de saber cómo era Marcus antes de todo eso. De acostumbrarte a vivir sin su mamá, sin una parte esencial de su familia, de sí mismo.

Quiero preguntarle un montón de cosas. ¿Cómo fue? ¿Cómo hizo su proceso? ¿Tuvo quién lo apoyara? ¿Se sintió desamparado? ¿Se enojó con la vida? ¿Culpó a Dios o simplemente a la vida? ¿Le dieron ganas de rendirse?

Son un montón de preguntas que yo me he hecho a mí misma, pero no por eso me da al derecho de preguntárselas a Marcus. Si él me quiere contar yo estaría más que feliz de poder escucharlo, porque tal vez en su historia encuentre esperanza en la mía. Porque al final creo que eso fue a lo que vine a Irlanda, a demostrarme a mí misma que hay vida después de la pérdida, que la vida te golpea, pero decides pararte y continuar con las heridas que la vida te dejó. Quiero ser fuerte para mi familia, para mis amigos, pero sobre todo para mí. Quiero ser fuerte y un día voltear a estos instantes y sonreír y pensar si pudiste Sofía, estoy tan orgullosa de ti.

Hasta donde suene mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora