CAPÍTULO ONCE. El encuentro

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Sofía

Ya en el aeropuerto de la Ciudad de México, no tuve que esperar mucho mi turno para abordar mi vuelo y fui a buscar mí asiento. En el recorrido me vi dos películas completas que ya tenía descargadas en mi celular. Intenté dormirme en varias ocasiones, pero por los nervios solo pude dormirme dos horas. Pero entre una cosa y la otra por fin me encontraba a una hora de llegar a Londres.

Siempre he sido muy organizada, me gusta tener horarios y horas. Así que todo lo tenía fríamente calculado.

Iba a llegar al aeropuerto y no tenía que cambiar mi equipaje, los de la aerolínea me dijeron que lo recogiera directamente en Dublín. Así que iba a pasear por todo el aeropuerto de Gatwick hasta que tuviera que tomar mi vuelo.

Iba a tener que hacerme tonta por dos horas. Y esa es una de mis especialidades. Saber que hacer para perder el tiempo se me da de una manera muy natural. A mis hermanos siempre les molestaba esa parte de mí. Porque se descuidan un poco e iba y me refugiaba al algún sitio.

Uno de mis mayores hobbies era dibujar, no pintar, dibujar. No lo había hecho mucho en estos últimos años y mucho menos este que acaba de pasar. Pero siempre he sentido paz cuando dibujo la silueta de una persona en la calle. O cuándo retrato algún paisaje.

Todo lo hacía siempre en blanco y negro, no me gustaba ponerles color a mis dibujos. Sentía que solamente los arruinaba. La vida es mejor en blanco y negro, al menos la vida que reflejaba en mis dibujos.

Sentía que Galway iba a despertar un poco mi curiosidad por querer dibujar de nuevo. Tenía todas mis esperanzas puestas en un lugar que solo había escuchado dos veces en mi vida. Tenía que hacerlo funcionar.

No quería decirme a mí misma que era como un viaje de reencuentro con mi yo del pasado, porque no lo era. Pero si sentía que era un lugar en el que iba a poder respirar de nuevo. Con paz. En México me costaba mucho poder sentirme tranquila, como que cada cosa que pasaba hacía que me doliera el corazón.

Por eso tomar esta decisión, fue lo mejor que pude hacer. Con todos estos pensamientos rondando por mi cabeza, me di cuenta que estábamos a punto de llegar. Poco a poco la ciudad de Londres comenzó a tomar más forma mientras íbamos descendiendo.

Una vez que aterrizamos y la gente comenzó a bajar del avión, me uní a ellos. Agarré mi pequeña bolsa que tenía conmigo y comencé a dirigirme al aeropuerto. Pero primero tenía que pasar por migración, y gracias a tener el pasaporte europeo no tuve que esperar tanto para pasar.

Lo primero que llamó mi atención es que todo estaba en inglés. Se que suena tonto, pero para una persona que nunca había saliendo de México, llegar a otro país y ver todo en otro idioma, es totalmente impactante.

Mientras caminaba por los pasillos del aeropuerto, me dirigí a una de las pantallas grandes para saber cuál era mi puerta, en la que iba a salir mi avión. Una vez que la localicé comencé a caminar en dirección ahí.

Consideraba que mi inglés era bastante bueno. Tomé muchas clases de inglés en mi escuela y también clases extracurriculares. Si también le sumamos que me gusta ver las películas en inglés y con subtítulos en ese idioma. He tenido mucha experiencia para sentirme cómoda con él.

Pero estar en un país que solamente me van a hablar en esa lengua, comenzaba a sonar aterrador. Una cosa es verlo en pantalla y otra es vivirlo. Pero esperemos que el idioma no me haga tener muchos dolores de cabeza. Porque algo que leí es que los irlandeses hablan tan rápido y con poca modulación que muchas veces resulta difícil entenderlos.

Una vez que me encontraba en la puerta que iba a salir mi vuelo, me senté en una silla con mis auriculares. Volteé a ver mi teléfono y vi que todavía faltaba una hora y media para que el vuelo saliera, pero cuarenta minutos para comenzar a embarcar.

Hasta donde suene mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora