CAPÍTULO VEINTE. La vida continúa a pesar del dolor

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Sofía

Acababa de salir de bañarme y me encontraba mirándome fijamente en el espejo. Antes prefería no verme para nada, no ver el reflejo de mis ojos en un espejo, no ver lo que estos me revelaban.

Es muy duro verte en un espejo y no poder reconocerte.

La mirada de una chica que se parece a mucho a mí, pero siento que no soy yo. Porque cambié, pero no por decisión propia, no fue mi elección, fue la de alguien más y me tuve que acoplar a las consecuencias de esas circunstancias.

Pero aquí estaba yo, viéndome al espejo e intente sonreírme para darme ánimos, pero solo me salió una mueca y marcó más la cicatriz de mi cara. Me le quedo viendo unos segundos y ya no siento que sea tan horrible como me pareció en un principio.

Porque era verla y solo recordar lo que perdí, pero desde hace unos meses he querido cambiar mi percepción de ella, no ha sido fácil, pero a estas alturas ya me quedó claro que nada lo es. Ahora intento recordar cada vez que la vea todo lo que fui, porque si la tengo y me pone triste porque me acuerdo de Natalia. Los recuerdos de lo que pudo haber sido, pero nunca fue, porque esas esperanzas murieron con ella. Esa vida se fue con ella.

Pero intento pensar que cada vez que veo mi cicatriz; y siento que el alma se me apachurra dentro del pecho, es porque amé. Amé tanto que me duele, a veces el amor duele con la misma intensidad que se amó. Eso significa que si me duele tanto y estoy tan triste es porque la amé, y la amé tanto que no sé qué hacer con ese amor que me quedó por darle.

¿Qué se hace con el amor que nunca se entregó?

Mi mirada pasa a las cicatrices que tengo en mi cadera y me detengo unos momentos ahí para después seguir bajando la vista hasta mis pies y volver a subir a mi cara, y saco un suspiro que llevaba reteniendo desde que comencé mi inspección corporal.

Vuelvo a intentar sonreír, pero ya no lo analizo y salgo del baño para terminar de arreglarme. Unos instantes después me encuentro lista para bajar las escaleras y encontrarme con los chicos. Sonrío por el día que pasamos viendo Harry Potter y lo bien que me la pasé, mis pensamientos se van unos instantes al momento en el que me quedé dormida en el hombro de Marcus y que le llené de baba la camisa.

Me quiero morir de la vergüenza. Pero ningún dios me escuchó y yo seguí viviendo.

Mi cabeza regresa unos momentos antes de toda esa humillación, y me acuerdo de lo mucho que me reí, que no pensé, no me sentí culpable, no me contuve, no sé cuánto tiempo llevaba sin hacer eso... sin detenerme.

Esta semana ha sido una gran locura emocionalmente hablando para mí, porque he hablado de lo que me pasó a una persona que no conocía a Natalia, que no es mi familia y llevamos muy poco siendo amigas. Lavinia no me ha vuelto a sacar el tema, pero me he dado cuenta que me ve observa cada cierto tiempo para ver si estoy teniendo algún tipo de quiebre emocional interno, sonrío con ese pensamiento porque se siente bien, que alguien se preocupe así por ti.

Nunca terminé la carta que comencé a escribir hace una semana, sentía que solamente iba a alimentar mi sufrimiento y que lo importante sí lo escribí. Me liberé de una carga interna que tenía, por no hablar y por no expresarle a nadie como me sentía estos últimos meses, llevaba sin buscar a Camila mi tanatóloga desde hace mucho, tal vez un día de estos le voy a escribir para que me de una terapia en línea.

También me acuerdo que sigo sin encontrar un trabajo y le tengo que dar una máxima prioridad, el dinero no dura para siempre y menos si tienes que pagar tus propias cosas. Pero toda la semana pasada le dediqué horas y horas a caminar por las calles y a entregar currículums, no me iba a rendir.

Hasta donde suene mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora