CAPÍTULO VEINTICUATRO. Una caja de sorpresas

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Marcus

Cuando me desperté esta mañana sabía que no iba a dejar a Sofía se encerrara en su cuarto, como me he percatado que le gusta hacer. Entiendo que quiera estar sola y sufrir en silencio, pero sí puedo ayudarla a que se distraiga un rato lo voy a hacer. Tengo la sensación por cómo terminó ayer la noche, que Sofí no iba a querer salir de su cuarto hoy y se iba a revolcar en recuerdos del pasado. Solo se iba a infringir dolor, tenía que pensar en algo para sacarla de ahí.

Llevaba un rato dándole vueltas a mi cuarto pensando desde incendios hasta tornados. Pero claro que no me iba a creer ninguno, ni yo me los creería. Le podía decir que me siento mal y ver si me puede acompañar al doctor, podría...

Me detengo en medio de mi cuarto porque... ¡claro! ¿Cómo no lo había pensado antes? Sofía me debe un desayuno, se lo voy a cobrar en estos instantes. Voy a intentar presionarla un poco para que quiera salir, pero no lo suficiente para que me rechace si de verdad no quiere ir y se quiere quedar en su cuarto. No soy tan hijo de puta de no entender las señales, pero al menos sabría en mi interior que lo intenté.

Supe leer su lenguaje corporal, bastante bien diría yo. Porque ya lo estoy esperando en la sala, al principio me iba a mandar al diablo, estaba seguro, pero algo en su manera de pensar cambio y terminó accediendo. Me alegré mucho de poder haber logrado hacerlo.

Me acordé de todas las veces que yo me encerré en mi cuarto cuando aún vivía con mi papá, y todas las veces que nunca intentó nada. Nunca quiso hablar conmigo, nunca busco ver cómo estaba. Todas las veces que sufrí en silencio y nadie hizo nada. Un día le dejé de importar, me dejó de ver como un hijo y empezó a tratarme como un proyecto, cuando yo más lo necesitaba.

Ahí aprendí que sufrir en solitario no es sano, no es bueno, aunque así lo parezca. Me hubiera gustado recibir apoyo de él, saber que no estábamos sufriendo solos, que los dos habíamos perdido a la misma persona, que los dos íbamos a tener que aprender a vivir sin ella.

Me hubiera gustado que mi papá fuera mi roca, pero terminó siendo mi tormenta.

Claro que hubiera preferido que mi papá me apoyara, al fin y al cabo, es mi papá. Pero no fue así, yo sentí que perdí a dos personas. A mi mamá por una enfermedad y a mi papá por decisión. Me dejaron solo. Tuve que encontrar una forma de salir a la superficie. Muchas veces sentí que mis papás me dejaron solo en medio de una tormenta en medio del mar. Peleaba con uñas y dientes por mantenerme a flote, pero solo me estaba cansando y ahí entendí la regla número uno de cuando te agarra una corriente en el océano.

Dejarte llevar por ella, en algún momento te va a soltar y es tu mejor forma de sobrevivir.

Así que me dejé llevar por el dolor cuando tenía solo quince años. Justo cuando sentí que ya no iba a poder más alguien de las sombras me tendió una mano... Henry.

Él y yo ya llevábamos pocos años siendo amigos, pero fue hasta ese momento que nos hicimos hermanos. Él fue la roca que tanto buscaba de la persona que más me tiene que querer en el mundo, pero prefirió no hacerlo. Él fue el respiro que tanto quería, y por eso siempre estaré eternamente agradecido con él.

Ya nunca hablamos de esos días. Pero que no hable de ellos no quiere decir que lo olvidé. Es imposible hacerlo. Por más que quieres no puedes olvidar la bondad de una persona en tus peores momentos.

Nadie merece estar solo en sus peores momentos.

Los pensamientos me envidiaron sin control, uno detrás de otro. Me empecé a poner ansioso y fue cuando volteé a ver mi celular y vi que ya eran los diez minutos que me prometió. Pensaba darle unos momentos más, pero mi mente me estaba jugando malas pasadas. Sino me distraía ahora, íbamos a terminar siendo dos personas deprimidas un domingo en Galway.

Hasta donde suene mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora