CAPÍTULO DIECISÉIS. La inspiración de un lugar nuevo

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Sofía

—¿Quieres pasar? —le pregunté a Marcus mientras abría la puerta de la casa.

—Sí, gracias.

Y con eso los dos caminamos hacia dentro de la casa. Nos dirigimos a la cocina y supongo que ha de tener sed, así que voy y le sirvo un vaso con agua y me sirvo otro para mí.

—Sigo sin acostumbrarme a estos cambios radicales de clima—le dije mientras nos sentábamos en las sillas de la barra de la cocina.

—Yo crecí con este clima, así que no sé qué decirte—se encogió de hombros.

—Creo que nunca te he preguntado, ¿eres de aquí? Bueno ¿de Irlanda?

—No, soy de Londres. ¿No reconociste mi acento?

—La verdad es que hablan muy parecidos, casi ni lo noté.

—¿A quién?

—A los irlandeses.

—¿Cómo puedes decirme eso?

No entendía porque se alteraban tanto. Bueno. Tal vez sí. Ya me lo habían advertido en el aeropuerto.

—Porque es la verdad, aunque les duela.

Se llevó una mano al pecho, siguiendo con su teatro de estar ofendido. Por algo que saben que es verdad. No es que hablen igual, tienes que presentar mucha atención, pero si son medios hermanos. No. Hermanos.

Seguimos bebiendo en silencio nuestra agua. Sentía que me estaba cayendo bien, después del alcohol que bebí. Supongo que se me subió un poquito, pero no tanto para hacer alguna locura. Me la pasé bien pensé para mis adentros y sonreí ligeramente.

Se me borró la pequeña sonrisa que estaba naciendo en mis labios de golpe.

¿Me la pase bien?

¿Por qué me la pasé bien?

No puedo pasármela bien.

No está bien.

Soy la peor persona del mundo, no puede ser que me haya olvidado de eso. No puede ser, empecé a respirar muy rápido. Me estaba ahogando, el aire no me entraba bien. Comencé a intentar calmarme porque sabía que solo iba a empeorar.

Sofía, recuerda que esto es lo que la mente quiere que creas, que te falta el aire, pero en realidad no necesitas nada más, me comencé a dar autoconsejos. Respira, pero mi mente empezó a pasar las imágenes como historias de terror.

Tomé alcohol... baile... sonreí... la canción... el lugar... la gente... no puedo estar feliz, no puedo serlo.

—Oye Sofí ¿estás bien?

Se me olvidó que estaba Marcus y lo volteé a ver con lágrimas en los ojos. Me iba a desmayar si no lograba contralar esto. No quería que me viera así, así que me paré y me fui corriendo a mi cuarto, necesitaba tranquilizarme.

Me senté en la cama y comencé a hacer los ejercicios que tantas veces había hecho en estos últimos meses. Lo volví a repetir, una vez... otra vez... y otra.

No sé cuánto tiempo pasó, pero Marcus no subió en ningún momento, y se lo agradecí. No quería que nadie me viera así. Una vez que las lágrimas se secaron en mi cara, fui al baño y me lavé la cara.

Sabía que tenía bajar, así que me vi en el espejo y respiré viéndome a los ojos. Estos se fueron un segundo a mi cicatriz y mi mente casi vuela a ese día. Pero sacudí la cabeza para apartar ese pensamiento y salí de mi cuarto.

Cuando bajé ya estaban los chicos, todos habían llegado menos Lavinia.

Y Marcus no se había ido.

—Sofí ¿cómo te sientes? —me preguntó Heidi mientras hacíamos contacto visual.

Hasta donde suene mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora