CAPÍTULO QUINCE. Es solo una fiesta

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Sofía

Nos encontrábamos todos dispersos entre la sala y la cocina de la casa, el día siguiente, el día de la pequeña reunión en nuestra casa. Étienne estaba hablando con un chico que invitó de la escuela, creo que también es francés. Por otro lado, estaba Heidi sentada viendo su celular y por último Lavinia estaba terminando de arreglarse.

Me fui a sentar junto a Heidi. De verdad hoy no tenía ganas de salir, no quería. La culpa me está asfixiando. Pensé que ya estaba bien después de estar tanto tiempo yendo a terapia... supongo que no estoy exenta.

Siento que con cada sonrisa que doy, cada alegría que siente mi cuerpo algo me castiga. Y ese algo soy yo.

Yo no soy compasiva conmigo misma... estoy siendo mi peor enemiga.

No me doy un respiro, me estoy juzgando todo el tiempo. Lo único que sé es que no puedo vivir así, no quiero cargar con esta culpa.

Me cuesta sonreír en un mundo en el que mi hermana ya no está.

Se muy en el fondo de mi corazón, que no debería sentirme así. Que en todo caso Natalia me diría que salga y que viva por ella. Pero... es como si por la pérdida de ella, yo buscara una excusa para ser infeliz.

—¿Qué estás viendo? —le pregunté a Heidi mientras me sentaba junto a ella.

—Solamente unas fotos que me mandó mi mamá de la granja. Unas remodelaciones que hicieron, querían mi opinión.

—¿Y qué te parecen?

—Que eran necesarias, eran cosas que ya se tenían que cambiar. Sino los animales se iban a seguir saliendo y haciendo desastres por la casa.

Asentí.

—Creo que nunca te pregunte, pero ¿qué te trajo a Galway?

—Mi familia no habla muy bien inglés y desde entonces me han metido a clases, para ayudarlos a hacer negocios. Así que me mandaron aquí a perfeccionarlo, porque les daría vergüenza que cometiera un error al hacer una negociación—me explicó—. Pero elegí Galway, porque era más económico que Inglaterra o Dublín.

—Bueno, sea lo que sea. Me da gusto que nos hayamos conocido—le dije y me sorprendí, saber que se lo decía de corazón.

—A mí también Sofí, me da gusto que hayamos coincidido.

En eso nos pusimos a platicar de todo y de nada. A los pocos minutos bajó Lavinia vestida de infarto. Un vestido negro que se le pegaba al cuerpo y unos tacones negros, su pelo negro lacio estaba suelto, y un labial tinto. Ella es sin duda es la reencarnación de la sensualidad.

Me volteé a ver a mí y me sentí fuera de lugar. Iba con una falda negra, un top blanco y mis converse, bastante básica diría yo. Mi pelo lo dejé suelto y no me maquillé, porque todavía no estaba segura que quisiera ir.

—¿¡Quién está listo para romperla hoy!? —exclamó Lavinia.

Los pocos que estaban en la casa, le aplaudieron.

En eso alguien tocó la puerta y Lavinia fue a abrir a quien sea que acaba de llegar. Cuando abrió la puerta, me dejó ver a un Marcus recién salido de bañar. Vestía unos jeans, una camisa negra y una chaqueta de cuero negra.

Parecía todo un chico malo. Sonreí con ese pensamiento.

—¡Marcus! Qué bueno verte—lo saludó Lavinia.

—Lo mismo digo.

Y se dieron dos besos en el cachete. Todavía me sacada de onda que se dieron dos besos en cada cachete, como si con uno no fuera suficiente.

Hasta donde suene mi vozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora