Reencuentro

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La noche cayó, la luna se alzaba fuerte entre la cumbre. Un automóvil giró en la esquina que daba entrada al pueblo San Jose, pasó encima de un hueco en la carretera haciendo saltar al pasajero detrás. Romero, el sacerdote, abrió los ojos tras el golpe, dejando salir un grito apresurado.

— Al fin abres los ojos. Comenzaba a asustarme — dijo el conductor —. Tienes suerte o Dios realmente está contigo; yo digo que fueron los bomberos te sacaron de allí a tiempo. De no ser por la lluvia, te hubiésemos perdido compañero. 

— Director, ¿Qué me paso?  — dijo anonadado pero reconociendo la voz de quien conducía — ¡¿y Matt?! ¡¿Dónde está el chico?! 

— Recibieron una llamada anónima. Alguien lo vio hace un par de horas atrás en una gasolinera cerca del Manzano. Aún lo están buscando. Desafortunadamente, ya dieron con su aspecto y están más que alertas si sale del Cajón. Cerraron todas las rutas a Santiago, nada sale. Te estoy llevando a casa ahora.

— No puede ser. Se acabó — dijo Romero colocando sus manos en su nuca —. De seguro, él huyó lejos. Ya no lo volveré a ver. 

— Tal vez sea mejor así — dijo el director de la escuela —. Mira, apenas logre sacarte de ese lugar, querían interrogarte apenas despertarás. Se acabó mi amigo. Ya no puedo hacer más por ti. Decidí darle las libertades al joven Matt por la amistad que tenemos, pero hoy murieron personas inocentes en mi escuela. Ya no hay espacio para él en este pueblo. Él no pertenece aquí y según lo que se a donde va solo lo persigue la desgracia. Si tú aún quieres ayudarlo, estás solo. Los sargentos ya no confían en ti. Todas esas amistades que creaste en la milicia se esfumaron, se acabó, desapareció. Ellos saben donde vives, así que toma lo que puedas y vete.  No puedo quedarme por mucho en el pueblo, encontraré la manera de salir. Hay un camino a Pirque que no está siendo vigilado, ya varios se han colado por allí. 

— No podre... irme— intentó Romero hablar. 

— Tu auto está en el taller del Manzano. Tal vez puedas ir por el cuándo salga el sol y con suerte encuentres un lugar mejor. 

— No me puedo ir. Aquí están todos mis seguidores. Toda esta gente que crée tanto en Dios y su palabra. ¿Qué pasará con ellos? 

El director detiene el auto abruptamente. 

— Te dejaré aquí en la iglesia. Si crees que tanto te puede salvar, quédate aquí hasta que te encuentren pero eso hará que mi esfuerzo sea en vano — dijo y luego guardo silencio por unos segundos —. Romero escuché rumores mientras te sacaba de allá. Me iré del pueblo a media noche, te recomiendo hacer lo mismo. Sal ahora, no sea que nos estén siguiendo. Olvida ese niño.

Romero salió del auto y enseguida el director piso el acelerador. 

Romero giro y contemplo la plaza alrededor de la gran iglesia central de San José. También miró el negocio de helados de Doña Cecilia, una fiel devota. Miró el restaurante de mariscos del otro lado de la plaza, don Miguel y su familia siempre deban de su diezmo sin reproche. El colegio allende de la calle, repleto de jóvenes que inundaban la plaza cada tarde, las carreteras tapizadas hermosamente en ladrillo, los faroles brillantes bajo el manto de la noche, los grandes árboles que adornaban y embellecían el paisaje. Parecía una pintura fresca en óleo y acuarela. No había nadie afuera, hacía frío, una patrulla se escuchó a lo lejos.  Nostálgico, y casi llorando, el Sacerdote dio la vuelta y entro a la iglesia.

— ¿Dónde estarás, Matt? — se preguntó— ¿Qué hago ahora? Si intento contactarme me llevarán preso, si me quedo, me encontrarán en cualquier momento. ¿Qué harías tú? — Dijo mirando al techo. — Matt, hice lo que pude para cumplir mi promesa.

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⏰ Última actualización: Jun 09, 2022 ⏰

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