D I E C I O C H O

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Las llaves al paraíso
(Parte 2)

Maia

Dejo escapar un gemido en protesta cuando detiene el vaivén de sus dedos y me deja con una oleada de frustración e impotencia que desencadena el no poder alcanzar el clímax, que empezaba a formarse con cada roce que imponía sobre mi centro.

—¿Por qué te detienes? —suelto un bufido, sintiendo que me arde la piel porque ya no me toca como necesito.

Él suelta una leve risa, regocijándose con esa nota de diversión que apaga hasta la última gota de mi racionamiento y me hace vulnerable ante él. Entrecierro los ojos sintiéndome expuesta de formas que no sabía que podía estarlo, un gemido envuelto en contención abandona su garganta y aparta su mano de mi entrepierna sin darme tiempo de procesar lo que está pasando, lo miro por arriba de mi hombro y aprieto los labios exasperada.

Sus ojos grises me encuentran en el camino, los latidos de mi corazón se fortalecen con solo una mirada suya, la frustración se eclipsa y sonrió cuando vislumbro el ápice de lujuria agitándose como dos llamas de fuego en sus pupilas

—Es un castigo, cariño —me reitera con una sonrisa que me deja sin aliento—, no te estoy dando algo, lo estoy tomando.

Su voz cruda y ronca me empapa todavía más, haciendo que la sangre suba a mis mejillas y tengo que maniobrar para no rogarle que me toque porque en este momento estoy dispuesta a eso y a mucho más con tal de conseguir esa efímera sensación que apaga cualquier gramo de racionalidad y que me mantiene prendida de él como nunca lo había estado de ningun otro hombre.

—Quiero sentirte —hago un puchero con los labios.

—¿Dónde quieres sentirme, cariño? —inquiere con una nota sombría de pura insinuación.

El corazón me sube por la garganta. Carraspeo nerviosa, expectante y me trago todos los prejuicios que mi mente quiere evocar.

—Te quiero sentir dentro de mí —admito sin darle cabida a la pena—, fóllame, Derek, por favor. Hazlo.

Una emoción inculta y conflictiva interrumpe la expresión de su rostro, ya que me mira como si no supiera que hacer conmigo, y saber que soy capaz de afectarlo de esta manera me hincha el pecho de una satisfacción que jamás había experimentado antes.

—Estoy enfadado contigo en este momento y sólo quiero castigarte —increpa en un susurro que me llena de adrenalina—, ¿puedes con eso, castaña pervertida?

Mi sonrisa se amplía cuando me doy cuenta de que he ganado la partida.

—Puedo contigo —le aseguro.

—Recuerda que tú lo pediste.

El placer me sube por la espina dorsal acelerando mis pulsaciones y no comprendo la razón por la que mi cuerpo se somete de esta manera a él. Aún así, asiento con la cabeza en respuesta, intentando aplacar los latidos erráticos de mi corazón que busca salirse de mi pecho y esta vez no me creo capaz de detenerlo.

Intento girarme por completo y quedar frente a frente para verlo pero no me lo permite, todo lo contrario, siendo brusco me inclina sobre el escritorio de roble que tengo delante, me deja boca abajo y con las piernas ligeramente separadas, levanta mi camisón y masajea mis glúteos sin ningún ápice de amabilidad, amortiguo un gemido dentro de mi garganta cuando su mano se estrella contra mi piel desnuda, lo que me hace dar un respingo de sorpresa mientras un cosquilleo me recorre la entrepierna al darme cuenta de sus intenciones.

El ardor que atenaza mi piel no merma, mucho menos cuando repite la misma acción tres veces más, cada una más fuerte que la anterior, provocando un huracán de sensaciones prohibidas e insanas que asaltan mi pecho de manera radical y me dejan como única salida ceder ante su voluntad.

Tormentoso Deseo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora