T R E I N T A Y C U A T R O

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No era necesario que lo hicieras


Maia

Me sumerjo en lo profundo de la piscina, disfrutando de la sensación de tranquilidad que me embarga cuando mis extremidades se relajan con el mero tacto del agua. No hace tanto frío o quizá llevo aquí el tiempo suficiente para que ya no me moleste. Esta vez no entro en pánico, incluso puedo asegurar que me siento tranquila. Bien.

Estoy probando algunos ejercicios de respiración para poder resistir más tiempo debajo del agua sin sentir que me asfixio.

Sin embargo, aunque hago todo lo que puedo y me esfuerzo por no desistir, no sucede gran cosa cuando luego de treinta segundos mis pulmones demandan oxígeno. Y aunque no tenga ganas de darme por vencida, comienzo a nadar hasta la superficie. Saco la cabeza del agua de súbito, con el agua escurriendo de mi cara, sintiéndome un tanto agitada por el revoloteo.

Todavía desorientada, me paso una mano por la cara al tiempo que intento regular mi respiración que se encuentra desnivelada.

Al cabo de unos segundos, parece que logro mi objetivo.

Consigo enfocar mi visión hacia mi entorno, todavía parpadeando, y entonces lo veo, situado al borde de la piscina, en una postura erguida mientras me observa con una cálida sonrisa dibujada en los labios, que logra acelerar mis latidos.

Lleva puesto unos pantalones casuales de color caqui y una camisa de algodón blanca con las mangas remangadas hasta la altura de los codos, tiene los primeros tres botones desabrochados, lo cual me permite ver la parte superior de sus pectorales. Su melena rubia está despeinada, confiriéndole un aspecto más varonil.

Puedo asegurar que es el hombre más hermoso que he visto en mi vida.

De repente siento la boca seca y una pincelada de deseo me sube por la espina dorsal. Él lo nota, siempre lo hace. Una especie de gruñido que proviene de su garganta me impide seguir detallando su anatomía. Le guiño un ojo, divertida.

Maldice en voz baja y niega con la cabeza mientras se inclina hacia mí dirección y haciendo uso de una sola mano tira de mí con fuerza, ayudándome a salir por completo de la piscina, luego me envuelve con la toalla que trae en las manos para que no me de frío y posiblemente evitar que coja un resfriado después.

Mi corazón se calienta por ese pequeño gesto, ya que entiendo muy bien la razón por la que está aquí a pesar de que le dejé muy claro que podría arreglármelas sola.

—Ya te dije que sé nadar bastante bien, no es necesario que estés vigilándome —le recuerdo, intentando que mi voz salga casual. Él suelta un resoplido en respuesta.

Nerviosa, le doy la espalda para poder ajustarme la toalla alrededor del pecho al tiempo que realizo un simple nudo.

—Y no lo dudo, Maia —susurra mientras me hace girar de nuevo para que quedemos frente a frente; sus ojos color gris metálico brillan más de lo habitual—, pero no está demás cerciorarme de que nada malo te suceda —me pasa las hebras mojadas de cabello detrás de las orejas.

Sus manos se sienten tibias a comparación de mi piel fría.

Ruedo los ojos en su dirección, restándole importancia al asunto. Porque necesito que mi corazón deje de latir tan fuerte. Su mandíbula se tensa a cambio. A estas alturas ya sé que le desagrada que no le dé la importancia suficiente a las cosas que tienen que ver conmigo.

—De verdad te lo agradezco —hago el intento de sonreír—,  pero no tienes porque tomarte tantas molestias por mi culpa. No quiero..., no quiero ser una carga para ti.

Tormentoso Deseo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora