N U E V E

4.9K 229 9
                                    

Boleto al infierno

Maia

¿Alguna vez has sentido que vas a ir directo al infierno?

En mis veinte años de vida jamás sentí algo así, nunca experimenté dicho miedo, no hasta este preciso momento. Yo no quiero ser una pecadora ni mucho menos ir al infierno pero el aura de este hombre me incita a pecar. Y es que sé que no tengo excusa, ni justificación para lo que acabo de pedirle.

Así que no pienso atormentarme por horas cuando en realidad deseo poner mi mente a pensar en mejores cosas.

No tiene caso negar lo obvio, aunque me obligue a mí misma a inventar algo, esta vez no puedo mentir. Deseo que esté junto a mí, no tengo las palabras para describir el torbellino de sensaciones que me suben por la garganta cada vez que me lanza esa mirada lasciva, y tal vez estoy haciendo mal, y probablemente voy a terminar con boleto de primera fila directo al infierno, porque esto es en juego extremadamente peligroso donde los dos podemos salir perdiendo.

Pero esta noche no tengo la fuerza para poner una barrera entre nosotros, me siento vulnerable y con la piel expuesta, estoy cobijada bajo esa sensación cálida que él provoca cada vez que me mira de reojo.

El hombre que está a mi lado ha puesto mi mundo patas arriba, ha venido con ese porte varonil, que denota hombría, y sólo eso ha bastado para estremecer mi alma, y ahora tengo que enfrentarme a lo que siento porque no creo que sea lo suficientemente fuerte para no caer en la tentación.

Ambos subimos las escaleras en completo silencio, nuestras respiraciones hacen eco y ese es el único sonido que registra mis oídos. Llegamos a mi habitación y abro la puerta con delicadeza, me adentro en ella, él se queda afuera y me observa con la duda crispando en sus orbes grises.

Le sonrío y le extiendo mi mano.

Sus labios se curvan en una sonrisa cálida, me toma de la mano, acción que desencadena mis nervios y las ganas de sentirlo. Ambos quedamos dentro de mi habitación. Los recuerdos de lo qué pasó en mi cama hace apenas unos días me golpean y como si él fuese una llama de fuego que me quema, me alejo, en busca de un respiro a todo lo que estoy sintiendo.

—¿Quieres que me vaya? —pregunta con un deje de inseguridad—, puedo irme, sólo dímelo.

Niego rápidamente, un nudo formándose en mi garganta.

—No lo hagas, quédate —pido.

Él asiente con la cabeza y se dedica a mirarme fijamente, entornando los ojos en mi dirección. Pierdo el aliento, mi cuerpo se estremece y me toca fingir que tenerlo en un lugar cerrado no me provoca nada.

Me alejo de él por completo, no es necesario cambiar mi atuendo, ya que llevo una blusa de tirantes y un shorts de pijama, le doy una última mirada a Derek, en especial a sus labios.

Resoplo exhausta, me recuesto en la cama y me acomodo debajo de las sábanas, ya no lo miro, solo me concentro en mi respiración agitada.

Pasan varios minutos en los que nadie dice nada, tengo miedo, y él también, porque puedo sentir su intensa y caótica mirada puesta sobre mí, envía un millón de escalofríos por mi columna vertebral y es que no puedo regular la respiración cuando tenerlo en mi espacio basta para sacudir mi mundo.

Él está cauto ante la situación, tiene esa mirada activa que explaya pánico. Le atormenta estar a solas conmigo en mi habitación y a mi me atormenta el que no se acerque porque muero por volver a sentir el calor que emana su cuerpo, y aunque no puedo ceder antes mis deseos, necesito sentirlo cerca.

Tormentoso Deseo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora