UNO

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DICIEMBRE DE 2006

¿Alguna vez has querido llorar pero ninguna lágrima ha salido de tus ojos, así que simplemente te has quedado en silencio en medio del espacio mientras sientes tu corazón hacerse pedazos?

Un niño de cuatro años ni siquiera debería saber qué es esa sensación, mucho menos experimentarla. Los niños deberían jugar en el patio con sus amigos, comer arena en el parque por el simple hecho de que les han dicho que no lo hagan o pegar a alguien que les gusta, por muy mal que eso suene. Sin embargo, nunca se me ha dado muy bien seguir los estereotipos.

— Voy a comprar tabaco y a lo mejor me paso por el bar. — dijo mi padre antes de salir casi corriendo por la puerta.

Papá había empezado a fumar más que nunca y pasaba cada vez más tiempo en el bar. Debería haberlo visto venir, pero tan solo tenía seis años.

Jamás volvimos a verle. Supimos que no iba a volver tres meses después cuando a mamá le llegaron los papeles del divorcio. Lloró durante días y yo lo hice con ella, porque la persona que nos debía haber amado incondicionalmente por el simple hecho de ser su familia nos había abandonado.

No dejó una carta, no dejó una nota, ni siquiera pudimos verlo venir. Simplemente un día despertamos y se había esfumado como la nieve en primavera, como las gotas de lluvia en verano, como las hojas de los árboles en otoño y como los rayos de sol en invierno.

— Estaremos bien, cariño. ¿Sabes por qué? — preguntó mamá mientras me pasaba la mano por el pelo.

Tenía los ojos rojos y las mejillas húmedas, pero aún así consiguió forzar una sonrisa para mi.

— No, Mami.

— Porque nos tenemos el uno al otro. — contestó mientras otra lágrima se deslizaba por su delicada piel.

— Sí, Mami.

Nos abrazamos porque era lo único que nos quedaba. Después de aquello, se volvió más fuerte que nunca. Actuaba como si nada estuviera mal, pero, desgraciadamente, no fue suficiente.


SEPTIEMBRE DE 2008

Esa noche, al escuchar el sonido de la lluvia, recordé que fue el mismo sonido que hizo mi lágrima al caer al suelo. Porque aquel corazón, que me amó más que a nada en el mundo, había dejado de latir.

— ¿Parientes de la señora Brevard? — preguntó un médico al entrar en la sala de espera.

Me levanté a toda prisa y corrí hacia el doctor mientras el agente de policía que me había llevado al hospital me seguía pisándome los talones. Era un hombre hosco y malhumorado, pero por lo menos no me hablaba, lo cual agradecía.

— Es mi mami. Y ya no es la señora Brevard.

El doctor suspiró mientras miraba su portafolios con rostro pálido. Pese a que seguramente hubiera tenido que dar noticias malas muchas veces, su cara de pocker no era lo suficientemente buena.

— Siento decírtelo, pequeñín. No se si puedes entenderlo, pero tu madre ha sufrido una embolia pulmonar y no ha podido superarlo. Lo siento mucho.

Mis rodillas se doblaron y chocaron contra el suelo. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y cayó sobre la baldosa. Mis gritos hicieron eco en las paredes.

Estaremos bien, cariño. Porque nos tenemos el uno al otro.

Eso había dicho mi madre, poco más de un año atrás. ¿Eso quería decir que ya nunca más podría estar bien?

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora