VEINTICUATRO

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VIAJAR sin rumbo alguno siempre ha sido una de las sensaciones más satisfactorias que he podido experimentar. Tierras desconocidas, paisajes ocultos, el viento seco del desierto estrellándose contra cada centímetro de mi piel... Al cerrar los ojos sentía mi cabeza en silencio, mis pensamientos en calma y paz mental. El dolor no había desaparecido, pero las vistas ayudaban a mitigar una agonía que, a veces, en los últimos meses, parecía que me iba a devorar desde las entrañas.

Aquella mañana me desperté justo cuando se levantó el sol y el cielo se veía de un color anaranjado suave. En la radio sonaba una canción de los Rolling Stones que Kendrew había escogido. Creo que se llamaba Sympathy for the devil o algo parecido. Llevábamos dos días conduciendo y tan solo habíamos parado un par de veces para echar gasolina, ir al baño y dormir, pero ninguno de los dos había mostrado indicios de querer regresar.

Estábamos en la frontera de Dakota del Sur con Nebraska cuando tomé la decisión de cambiar de rumbo. Kendrew no preguntó ni se quejó, tan solo me miró asegurándose de que no me hubiera vuelto loco y cerró los ojos para seguir durmiendo.

Tras dieciocho horas conduciendo sin descanso, un letrero de carretera apareció en la ladera. Phoenix.

— Que original. — susurró Kendrew con ironía observando el letrero.

No supe si se refería a las letras o a mi decisión de ir allí, pero no intenté averiguarlo. El clima soleado y los paisajes desérticos nos dieron la bienvenida y, por primera vez en meses, pude sentir que respiraba con normalidad.

Aún me acordaba de las calles, de los edificios, de la gente. Recordaba el Scottsdale Waterfront que por las noches reflejaba luces violetas sobre el Canal de Arizona. Recordaba la tienda de bicicletas del centro que vendía café y tenía un mural muy colorido en el exterior. Recordaba los grandes edificios y las casas pequeñas cubiertos parcialmente por polvo, culpa de las tormentas de arena. Se sentía como un hogar.

El primer sitio en el que detuve el coche fue en el Downtown, frente al Chase Bank de la Avenida Central. Este era uno de los edificios más altos de Phoenix y la cristalera hacía que media ciudad se viera reflejada en él.

Al bajar del coche, el calor sofocante nos invadió. Yo estaba acostumbrado a las altas temperaturas del desierto, pero Kendrew no, por lo que lo primero que hizo fue quitarse la sudadera y resoplar. Los lobos no eran muy fans del calor, por lo visto.

Al girar en la esquina, lo primero que vimos fue el Hilton Garden Inn, un lujoso hotel de estilo Art Decó. A su alrededor se construyeron varios edificios más, cuyas fachadas estaban decoradas con coloridos dibujos: dos osos plateados sobre un fondo rojo y azul, una mujer con los colores propios del atardecer, un hombre tocando un instrumento musical, figuras geométricas, etcétera.

Siguiendo por la Avenida Central, había un Pub de Rock que, girando en su esquina por la Calle Jefferson, te hacía llegar a la Phoenix Suns Arena, sede de los Phoenix Suns de la Asociación Nacional de Hosse y de las Phoenix Road Runners de la Asociación Nacional de Hosse Femenino.

Mientras tanto, Kendrew me permitía hablar sin interrumpirme mientras observaba cada cosa que señalaba. Siguiendo por la Séptima Avenida hacia la Calle Washington nos encontramos con el Museo de Ciencia, que aquel día tenía una demostración de tiburones. Caminando todo recto y tras una decena de hoteles nos situamos frente a la Universidad de Arizona. Estaba exactamente igual que como la recordaba con ocho años.

— Cuando era pequeño, deseaba estudiar aquí. — dije parándome frente a ella.

Kendrew se detuvo a mi lado y se cruzó de brazos. Después de unos segundos, se encogió de hombros.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora