ONCE

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EL segundo partido de la temporada coincidió con el cumpleaños de los trillizos. Diez de octubre. Una fecha para nada memorable, había dejado claro Kenma cuando habían intentado felicitarle. Sus hermanos no dijeron gran cosa al respecto, pero tampoco se negaron a recibir felicitaciones y agradecieron toda la atención.

Sorprendentemente, todos estábamos muy tranquilos y estaba esperanzado de que ese día íbamos a ganar. El equipo había avanzado mucho, los problemáticos ya no se peleaban continuamente, cada jugador tenía un motivo por el que esforzarse para jugar y habíamos conseguido relacionarnos entre nosotros y ajustar nuestras técnicas.

Faith había conseguido que Kenma comenzara a hablar con Rylee; Daymen intentaba llevarse bien con sus hermanos, por lo que los trillizos llevaban un par de días tranquilos. Todo apuntaba a que por fin teníamos una mínima posibilidad de ganar. Sin embargo, la desgracia me perseguía a donde quiera que fuera y yo no era lo suficientemente rápido como para poder escapar de ella.

Aquel viernes, cuando me desperté, me sentía como si un camión me hubiera pasado por encima: me dolía la cabeza, tenía las amígdalas hinchadas como pelotas de baseball y me notaba débil. Decidí que ignorar las señales que me daba mi cuerpo era lo más maduro por mi parte y me preparé para el partido.

Era el último antes de empezar a jugar fuera de casa y realmente estaba emocionado. El único problema eran las pruebas de drogas. Era casi evidente que más de una persona en el equipo se drogaba y algún que otro lo había hecho, por lo que los test eran un pequeño inconveniente, pero nada que no pudiéramos resolver.

Aquella noche, el rival eran las Víboras de Green&White, un equipo formado por veinte mujeres y tan solo dos hombres, que estaban allí solo para que pudieran conservar la clasificación de "equipo mixto" pero que, en realidad, ni siquiera jugaban. De hecho, el apodo de "víboras" les quedaba perfecto, porque eran unas arpías maliciosas. Hacían trampas, eran antideportivas y no les importaba aplacar a cualquier persona que se cruzara por su camino. A mi no me volvería a pasar, eso seguro.

Las gradas nos recibieron de nuevo con aplausos y gritos, poniéndome la piel de gallina. Algunos de los espectadores iban vestidos con la equipación y llevaban las lenguas pintadas de azul al igual que nosotros. ¿Cómo algo tan simple como un estadio de Hosse podía verse tan bonito? Ni siquiera era por las luces, tampoco la decoración. Era la gente la que le daba un significado y también todo lo que nos jugábamos en la pista. En aquellos momentos, no escuchaba nada más que el latido acelerado de mi corazón.

Instintivamente, me giré hacia las gradas y allí estaban. Nueve pares de ojos observándome y aplaudiendo. Familia, dijo algo dentro de mí, pero lo aparté al instante para concentrarme en el partido. Por obligación, tuvimos que darle la mano a las Víboras, muy a nuestro pesar. Cuando el silbato del árbitro nos penetró los oídos, comenzó el juego.

El primer tiempo lo ganaron las perras de Green&White: A Kenma le dio igual defender la portería hasta que una Víbora le tocó los cojones en la zona defensiva, Daymen y Bran no se compenetraban del todo bien pese a su lazo familiar y Rylee se estaba tomando el partido con calma.

Por suerte, el segundo tercio estuvo dominado por nosotros: Nos habíamos llevado un par de tarjetas amarillas, pero era un consuelo saber que no eran tantas como las de Green&White. Milan se había hecho daño en la rodilla intentando esquivar a una Víbora, por lo que tuvo que ser reemplazado por Peep antes de tiempo pero, por lo demás, el equipo pudo conseguir compenetrarse a la perfección.

La cosa se empezó a poner complicada en el segundo descanso. Estaba mareado, la raqueta pesaba más de lo habitual y estaba a un pitido más del silbato de vomitar. Al ver el panorama, nuestro entrenador pidió un descanso de media hora. Cuando llegamos al vestuario tras el penúltimo tiempo no pude contenerlo más y expulsé la comida que había ingerido ese día.

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