TREINTA

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LA ciudad estaba tranquila. No había viento que empujara las ramas de los árboles, los pájaros piaban en la lejanía, el cielo estaba cubierto parcialmente por nubes que dejaban libre una laguna para que los rayos del sol llegaran hasta tierra.

La mansión Woodward también estaba tranquila. Todos estaban haciendo cosas de vital importancia para asegurar nuestra seguridad cuando los regentes vinieran por nosotros.

La Bruja Rose nos había dicho que sí, ellos vendrían a por nosotros. Aún no sabíamos cuándo ni cómo, pero era un hecho demostrado que ellos vendrían a casa a buscarnos.

Fue esa la razón por la que supuse que Kendrew había aceptado dejarme en casa mientras ellos corrían por los bordes de la ciudad en forma de lobo. Claro que no iba a dejarme solo, por lo que sabía que Glades estaba en algún sitio a no más de cien metros de distancia.

Estaba sentado en las escaleras del patio, apoyado en uno de los extremos fumando un cigarro, cuando una mata de pelo marrón apareció entre los árboles. Era un lobo pequeño, considerando el tamaño de Aiken y Kendrew, pero aún así seguía siendo descomunal.

Se acercó a mí con cuidado, como si tuviera miedo de asustarme, y se sentó sobre sus cuartos traseros a unos metros de distancia. No tenía miedo de él porque sabía que debía de ser uno de los miembros de la familia, solo que no supe quien.

Inclinó la cabeza hacia un lado, mirándome con curiosidad con ojos color naranja, y levantó las orejas. Hizo un sonido parecido a un ladrido y golpeó el suelo repetidas veces con las patas delanteras mientras movía la cola con entusiasmo.

— Sé que os molesta que no pueda reconoceros, — dije dándole una calada al cigarro. — pero, por favor, no te tires encima de mi como Aiken. Aún puedo notar su peso sobre mis hombros.

El lobo ¿sonrió? antes de levantarse y caminar por mi lado hacia el interior. Tan solo pasaron unos segundos antes de que este regresara con un objeto en su boca. Un mando de la consola.

— Rhys. — dije.

Sacó la lengua, satisfecho porque hubiera podido reconocerlo, y volvió a sentarse a mi lado. Tras un par de minutos, se tumbó sobre la madera y apoyó la cabeza sobre mi pierna. El peso fue como si me hubieran colocado un yunke sobre el muslo, pero después de un rato se hizo soportable.

Le acaricié la zona de la cabeza entre las orejas, y Rhys cerró los ojos. No sé cuánto tiempo estuvimos así hasta que sentí unos ojos posados sobre nosotros. Unos ojos de color rosa, para ser exacto. Bruja Rose nos observaba mientras dejaba caer algo sobre la tierra que rodeaba la casa.

Se acercó a nosotros poco a poco, tirando hojas secas y frutos de una cesta de mimbre amarilla.

— ¿Qué hace? — pregunté cuando estuvo lo bastante cerca como para poder hablar sin levantar la voz.

— Un hechizo de protección. ¿Me harías el favor de colocar esta hoja de laurel en la puerta?

Agaché la cabeza hacia Rhys, que estaba plácidamente dormido sobre mí, y la miré de nuevo, señalando al animal.

— Oh, por supuesto. — contestó con una sonrisa.

Casi tuvo que hacer una pirueta para pasar por encima del gran animal, pero se acercó a la puerta con un conjunto de hojas de laurel atadas entre sí con un pequeño cordel.

— Usted tenía eso en su casa. — dije, recordando la puerta de color rosa.

A decir verdad, todas sus cosas eran rosas. Su ropa era toda rosa, su casa había sido rosa excepto por la habitación verde, sus ojos eran rosas, incluso sus maletas habían sido rosas. Me sorprendía que no hubiera teñido el laurel de rosa.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora