VEINTISÉIS

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LA primera sesión con la psicóloga del equipo, Emma May, resultó ser... interesante, cuanto menos. Las primeras citas nunca solían ir bien, o por lo menos esa había sido mi experiencia. Por lo que sabía, las personas cambiaban de psicólogo un par de veces hasta que encontraban a una persona con la que sentirse cómodos y en confianza. Emma era la cuarta psicóloga con la que hablaba, pero la primera con la que lo hice por voluntad propia, y esperaba no tener que cambiar tras un par de sesiones.

Emma daba sesiones en un despacho del estadio que el entrenador le había asignado al contratarla, pretendiendo que ir a verla fuera lo más fácil posible. Eso nos ahorraba los viajes al centro médico cada vez que quisiéramos hablar con ella pero también hacía que la gente como Brandon, que era reacio a asistir, no tuviera ningún tipo de excusa para poder librarse de las sesiones.

Al entrar en la habitación, lo que más llamaba la atención era un sofá de un rojo intenso colocado contra la pared. Sobre este, un cuadro bastante aburrido de un paisaje verde con un lago y un niño columpiándose en un árbol.

— Encantada, soy Emma May. — dijo al levantarse cuando me vio. — Usted debe de ser Ashler...

— Solo Ashler. — contesté devolviendo su apretón de manos.

— Pues un placer, solo Ashler. Puede sentarse. ¿Quiere un chocolate caliente?

— Me encantaría, gracias. Y puede tutearme.

Emma asintió con una sonrisa mientras servía el chocolate en dos tazas. Mechones de pelo castaño le caían por la cara, por lo que se los colocó detrás de la oreja para que no le molestaran más. Eso me recordó que en algún momento yo también debería cortarlo ya que estaba tan largo que en algunas ocasiones ya me molestaba al entrenar.

— Y bien. — dijo entregándome la taza y sentándose tras su mesa. — ¿Por qué has venido?

— Hum. — fue todo lo que pude decir al principio.

Le di un pequeño sorbo al chocolate, dándome un momento para pensar. Estaba demasiado amargo para mi gusto pero me dio vergüenza pedir azúcar.

— Creo que tengo un problema.

— Un problema. — repitió.

— Bueno, unos cuantos.

— Crees.

— Sí...

Emma me miró por un segundo que se me hizo extremadamente largo y le dio un sorbo a su taza antes de agarrar la tablet y el lápiz de su mesa.

— El primer paso es aceptarlo. El segundo es reconocerlo. ¿Cuál crees que es el problema principal?

— No creo que haya uno principal. Es un conjunto de problemas pequeños que hacen uno grande. No sé si me explico.

Asintió con la cabeza antes de escribir con rapidez lo que sea que escribieran los psicólogos sobre sus pacientes. Una de las cosas que más odiaba de ellos era no saber lo que estaban anotando, pero supongo que eso era más un problema mío y no cosa de ellos.

— ¿Y podrías ponerle nombre a alguno?

— Amm, ¿estrés post-traumático?

Asintió de nuevo y escribió.

— Eso quiere decir que das por hecho que tienes un trauma.

— Oh, sí. Lo tengo. Unos cuantos, de hecho.

— ¿Podría preguntar sobre ellos o aún es demasiado temprano?

— Preferiría... Necesito un poco más de tiempo.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora