TREINTA Y UNO

114 16 0
                                    


EL partido que jugaríamos antes de semifinales coincidió con un día para nada especial. Diez de febrero. Ese día cumplía diecinueve años. No significaba nada para mí porque había pasado mucho tiempo desde que dejé de celebrarlo, pero sabía que no era así para los Woodward.

Una semana antes tuve una conversación con Raleigh y Kendrew al respecto. Les supliqué que actuaran como si ese día fuera exactamente normal y que por nada del mundo me regalaran nada. No sé hasta qué punto estuvieron de acuerdo conmigo, pero respetaron mi decisión y se encargaron de que el resto de la manada también lo hiciera.

Winnie y los gemelos no hicieron mucho caso de la advertencia y me felicitaron nada más verme, ganándose un gruñido de Kendrew. El rubio se dedicó a darme un suave beso cuando estuvimos a solas, pero no dijo nada más.

Por suerte, el único miembro del equipo que conocía mi fecha de nacimiento era el entrenador, por lo que conseguí hablar con él antes de que el resto de mis compañeros se enterara. Se limitó a felicitarme y me mandó hacer diecinueve vueltas corriendo alrededor del estadio.

Aquella noche jugábamos contra Los Cuervos de Aquinas HS. Eran uno de los mejores equipos de la CDU y, hasta donde yo sabía, eran muy amigables. Esperaba que fuera verdad, porque llevábamos una racha de lesiones poco sana.

Escuchaba a los fanáticos del equipo desde el interior de los vestuarios incluso con la puerta cerrada. Estaban emocionados porque hacía tiempo que Los Huskys no llegaban tan lejos, lo cual no hacía nada para aliviar nuestros nervios.

— Creo que necesito un antiácidos. — dijo Peep sentado en una banca mientras Axel le abanicaba con un folleto de la universidad.

Cada miembro del equipo gestionaba sus nervios de manera distinta, pero la de Peep no era muy efectiva. Daymen, sin embargo, se convertía en un monje budista y firmaba voto de silencio, lo cual era incómodo de ver.

No hubiéramos estado tan nerviosos por el partido si no fuera porque aquella semana Milan se había lesionado la rodilla. La enfermera dijo que no era nada grave, pero todos sabíamos que bajo la equipación de Milan se escondía una venda de color blanco rodeando su rodilla derecha.

Estábamos preocupados por nuestro capitán.

Y eso no era todo. Al parecer, en el equipo contrario se encontraban dos jugadores que habían sido Huskys en la temporada pasada. "Los dos gilipollas más imbéciles de la historia" les había llamado Rylee, lo cual tampoco era ningún alivio.

El entrenador aparentaba estar tranquilo pero, por la forma en la que iba colocando milimétricamente cada cosa que se encontraba fuera de su sitio, era evidente que estaba tan nervioso como nosotros.

Lo bueno era que sabíamos que confiaba en nosotros y ese hecho era posiblemente lo que estaba haciendo que Peep no vomitara sobre el suelo del vestuario, cosa que agradecíamos todos.

El sonido producido por un silbato nos dejó saber que era nuestro momento de salir a la pista. Al abrir la puerta, los gritos se hicieron más intensos hasta el punto de que casi tuve que taparme los oídos con las manos.

Aquella noche, Daymen, Kenma y yo intentaríamos jugar un juego completo de nuevo. De esta forma, Faith podría sustituir a Rylee cuando la pelirroja estuviera cansada.

Antes de que empezaran a decir nuestros nombres, el Entrenador se colocó frente a nosotros bajo las gradas, donde aún podíamos estar ocultos de todo el barullo.

— Ganamos este partido y vamos a semifinales. Ganamos ese partido y estamos en la final. Son pasos muy grandes, quiero que lo sepáis, pero también quiero que sepáis que podéis con ello. Sois más de lo que os han dicho toda vuestra vida, sois fuertes y valientes, por lo que espero que lo demostréis sobre el hielo. Sé que lo haréis.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora