VEINTIUNO

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LAS manecillas del reloj se movían sonando con su típico Tic-Tac.

Las gotas de agua hacían eco al chocar contra la ventana.

El tren pasaba cerca del recinto levantándome dolor de cabeza.

La pulsera puesta a presión en mi muñeca me cortaba la circulación.

Las pastillas de la vitrina gritaban mi nombre.

Mis zapatillas resbalaban por el suelo de cemento mientras una enfermera me conducía hasta la puerta.

Mis brazos se encontraban entumecidos.

Un paciente de pelo rubio oxigenado y alborotado me miraba con la vista perdida.

Un fluorescente parpadeaba dañándome los ojos.

Un sacerdote me esperaba en la salida para hacerme libre de todo pecado.

En la televisión de la sala se escuchaba a una periodista dar el parte de las noticias de aquel día.

Tras varios días de aislamiento fui liberado de las ataduras.

No sabía lo que me esperaba ahí fuera.

¿Era esto real o tan solo un producto de mi imaginación?

¿Había sido real algo de lo que había vivido?

¿Cómo iba a saberlo?

Siempre puedes preguntar.

¿Habían sido ellos reales?

¿Algo de lo que había sentido era real?

Íbamos a averiguarlo, porque detrás de las puertas blancas que estaba a punto de cruzar se encontraba el mundo exterior. La claridad me cegó momentáneamente, pero cuando las manchas negras se difuminaron me encontré con dos pares de ojos castaños. Los de ella más oscuros y los de él más brillantes, pero ambos observando con curiosidad.

Saqué el paquete de tabaco del bolsillo trasero de los vaqueros y encendí un cigarro sin importarme quedar empapado por la lluvia. Ellos tampoco lo hicieron, cosa que agradecí. Kendrew estaba apoyado sobre el capó del coche con los brazos cruzados, viéndose tan aburrido como siempre. Raleigh se apoyaba sobre la puerta del copiloto, sujetando las llaves del coche con una mano y un paraguas con la otra.

Caminé hacia ellos cuando aún no me había terminado el cigarro, pero me detuve a un par de metros de distancia cuando Kendrew se movió hasta quedar al lado de su madre, protegido de la lluvia por el paraguas.

— Los ojos. — dije mientras daba una larga calada al cigarro.

Se miraron el uno al otro, desconcertados por segundos. Raleigh se giró, mirando en todas direcciones para asegurarse de que estábamos solos en el aparcamiento. Cuando estuvo segura, asintió en dirección de su hijo. Ambos cerraron los ojos y cuando volvieron a abrirlos, los colores habían cambiado. Me acordaba del violeta. Aún no había visto el rojo. Era real, todo lo que recordaba había sido real, lo que quería decir que podía volver a respirar con normalidad.

— Las llaves. — susurré cuando me acerqué a Raleigh.

Esta no dijo nada y me las tendió sin rechistar. Kendrew, en cambio, no era como su madre.

— ¿No vamos a hablar de..?

Su madre le colocó una mano sobre el hombro y le empujó con suavidad hacia la parte de atrás del coche. Fue suficiente para que no dijera nada más en todo el tiempo que duró el viaje de vuelta a casa. Dos horas de camino amenizado por la música que sonaba por los altavoces a un volumen relativamente alto.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora