CATORCE

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A lo largo de mi corta vida, hacer listas siempre me había resultado útil. Las hacía de pros y contras, de cosas pendientes o de cosas que no sabía pero quería resolver. Una lista de mi situación con los Woodward era un poco más compleja de redactar.


Cosas que sabía:

Los hombres lobo eran reales.

Los Woodward eran hombres lobo.

Raleigh Woodward era la reina de los lobos.

Nadie humano debería saber que ellos existían.

Yo era un humano.

Confiaba en ellos.

El entrenador Narváez no contestaba el teléfono.


Cosas que no sabía:

El funcionamiento de las manadas.

Quienes cojones eran los regentes.

La presión en el pecho que comenzaba a sentir estando cerca de Kendrew.

Por qué Kendrew había huido.

Por qué Killeen llevaba veinticinco minutos mirando sus cereales.


— ¿Qué estás haciendo, querido? — preguntó Raleigh al entrar en la cocina.

Llevaba puesto el pañuelo sobre los hombros incluso nada más levantarse de la cama. Otra cosa que añadir a la lista de cosas que no sabía: ¿Por qué siempre llevaba puesto ese chal color crema?

— Aclarar mi cabeza. — respondí.

Leigh se sirvió café en una taza y yo quité los pies de la silla para que pudiera sentarse.

— Killeen. — llamó a su hijo, que parecía haber tenido un encuentro con Medusa.

Pestañeó varias veces antes de volver al mundo de los vivos y miró a su madre antes de seguir comiendo sus cereales.

— Deberías salir de casa un rato. El aire te vendrá bien.

— Tengo examen de neurociencia en dos semanas. No puedo permitirme el lujo de salir de casa.

— Puedo ir contigo a la biblioteca. — intervine.

Un lugar tranquilo donde, pese a estar lleno de personas, nadie te molestaba. Allí podría aclarar mis ideas y salir un poco de casa antes del entrenamiento de por la tarde. Killeen asintió y siguió comiendo sin prisa. Después de media hora, nos marchamos.

La biblioteca de la universidad era más grande de lo que pensaba y estaba más llena de lo que creí pese a que estábamos en horario de clases. Había algunas personas con los auriculares, moviendo la cabeza al ritmo de la música mientras leían sus apuntes, otros con cinco vasos de café vacíos sobre la mesa y el resto a punto de tener un colapso mental. Los últimos se levantaban de vez en cuando y volvían a los quince minutos, varios de ellos con los ojos más rojos que antes (por llorar o por drogarse) y los demás con una taza nueva de café y un paquete de chicles. Dieta universitaria, supuse.

Killeen se sentó frente a mí y comenzó a repasar sus apuntes mientras yo buscaba algún libro sobre convivencia en equipo. Encontré uno llamado "Cómo solucionar tus mierdas: haz lo que debes para conseguir lo que quieres".

— Me sirve. — susurré.

Volví a la mesa en el momento justo en el que Killeen comenzó a agobiarse o, más bien, agobiarse aún más. Después de un par de segundos y algunas respiraciones que juraba haber visto en los programas de Embarazada a los dieciséis volvió a concentrarse. Cuando sentí que el puto libro me estaba echando en cara mis problemas, lo cerré de mal humor y apoyé la cabeza sobre mi mano.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora