VEINTIOCHO

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RALEIGH nos había llevado a un barrio cuyas calles me ponían la piel de gallina y los pelos de punta. Cuando giramos en una esquina, todo pareció oscurecerse. Ni siquiera los rayos de sol podían atravesar las repentinas nubes y las sombras de los grandes edificios.

La mujer se detuvo repentinamente frente a una puerta de madera rosa con una hoja de laurel colocada en la puerta de entrada. Ambos lobos olfatearon el ambiente, pero no parecieron alterarse, por lo que mis nervios se calmaron un poco.

— Debe ser aquí. — dijo Raleigh.

Subió los tres escalones hasta que estuvo a un par de centímetros de la puerta, pero antes de que tuviera la oportunidad de llamar, esta se abrió por arte de magia. Nunca mejor dicho.

El pasillo interior parecía no tener final y estaba iluminado tan solo por un par de velas en la pared. La casa parecía estar vacía excepto por nuestras presencias, lo cual me hacía sentir como un intruso. Raleigh caminaba con seguridad, pero a Kendrew se le veía alerta por si acaso se necesitaba su fuerza bruta.

De repente, una puerta se manifestó frente a nuestras narices. Al darme la vuelta, la puerta de entrada estaba a tan solo un par de metros de distancia pese a que habíamos estado andando al menos dos minutos.

Ninguno de los lobos le dio demasiada importancia.

— Os estaba esperando. — dijo una voz al otro lado de la puerta rosa.

Al entrar, una señora de unos setecientos años nos recibió sentada tras una pequeña mesa redonda cubierta por un mantel verde.

A decir verdad, todo en aquella habitación estaba cubierto de verde.

— Bruja Rose. — dijo Raleigh haciendo una pequeña reverencia con la cabeza.

Kendrew la imitó, por lo que yo también lo hice mientras me escondía detrás del cuerpo del rubio.

— Eres más alto que yo, imbécil. — susurró, pero no se apartó.

— Majestades. — dijo la señora, instándonos a acercarnos con un gesto de la mano.

Raleigh nos mandó sentarnos frente a la bruja mientras ella se quedaba de pie detrás de nosotros, cada una de sus manos en uno de nuestros hombros. Mientras me sentaba, me percaté de que los iris de Bruja Rose eran de color rosa, lo que me puso aún más la piel de gallina si es que eso era posible.

— Kendrew Joshua Woodward. Ha crecido mucho.

Kendrew se limitó a asentir con respeto. Después, los ojos de la señora cayeron sobre mí, haciendo que mi respiración se quedara atascada en mi garganta y que mis párpados se abrieran más de lo necesario.

— Ashler Kodiak Rowshan. Estaba emocionada de conocerle.

Sentí como cada una de mis células abandonaba mi cuerpo al escuchar sus palabras. Cuando llegué a Seattle, me puse el apellido de soltera de mi madre, pero tan solo dos personas eran conscientes de ello, y una de ellas se encontraba a mi espalda.

— ¿Cómo sabes mi nombre? — pregunté más alterado de lo que pretendía.

— Oh, os vi venir hace meses, mi Lord. Además, os he visto en el canal de deportes.

¿Mi Lord?

Si se suponía que su respuesta me debería haber tranquilizado, no funcionó. De hecho, hizo justamente lo contrario. ¿Y por qué me trataba como si fuera parte de la realeza?

— Chicos, ella es Glades Montrose. — aclaró Raleigh al ver nuestra incomodidad. — La bruja Rose nos visitó hace unos años, Kendrew. ¿La recuerdas?

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