DOCE

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HABÍA días en los que todo era soportable, como cuando me tomaba una taza de chocolate caliente mientras observaba a Rhys y Max jugar a cualquier tipo de videojuego. Ese día no lo era. Ese día había sido una basura.

La emoción por haber ganado el primer partido en toda una temporada debería haber consolidado el equipo aún más, pero hizo todo lo contrario. Cuando por fin pude levantarme de la cama, tuvimos la reunión de equipo semanal. En ella, analizábamos los partidos e intentábamos buscar una solución a nuestros errores. Normalmente, el equipo no se tomaba a mal las críticas, de hecho, por lo general, las ignoraban. Ese día fue diferente.

Después de haber ganado un partido, la gente se había vuelto más egocéntrica de lo normal, por lo que cada vez que alguien les criticaba, atacaban a otra persona para echarles en cara sus errores. Daymen, que se creía el mejor jugador, lideró la discusión y, por supuesto, no pude quedarme callado.

— ¡Sois todos unos malditos lentos y unos inútiles!

— ¡Hasta dónde yo sé, soy bastante más rápido que tú! — respondí de vuelta, porque nunca había sido bueno evadiéndome de las peleas.

— De nada te sirve ser rápido si no sabes sostener una puta raqueta. ¡Estuviste a punto de quedarte en el banquillo!

— ¡Oh, bueno! Discúlpame por no tener un sistema inmunológico sobrehumano. ¿A quién se le ocurriría ponerse enfermo un día de partido?

Mientras tanto, el entrenador Cash nos miraba con cara de estar cuestionando su profesión mientras se masajeaba las sienes.

— ¿Qué tal si en vez de criticar a todo el mundo te fijas en tus jodidos fallos? — preguntó Rylee, levantándose de su silla.

— Yo no cometo errores, mi técnica es impecable.

— Gilipollas.

— Incompetente.

— Oh, ¿eso es lo mejor que tienes?

— ¡Suficiente!

Quizás no fuéramos el equipo más unido ni los mejores amigos, pero había un mínimo común múltiplo que todos compartíamos: nadie le faltaba el respeto a Faith. No tenía claro si era por miedo a Kenma o por respeto a ella. Al escucharla, se hizo el silencio en la habitación.

— Estáis dando veinte pasos hacia atrás. Habíamos mejorado mucho como para que ahora volváis a pelear.

Eso debería haber sido suficiente para calmar lo humos, pero éramos los Huskys: nunca nada era suficiente.

El entrenamiento fue un desastre: Daymen había propuesto una nueva técnica para los extremos y ni a mi ni a Axel se nos estaba dando muy bien. Daymen no era tan exigente con Axel debido a su experiencia y a que era dos años mayor que él, pero conmigo no se cortaba a la hora de gritar y dejar claro lo inútil que me consideraba.

Milan ya tenía suficiente como capitán y su posición solo hacía su trabajo más complicado. El defensa central era quien se encargaba de gestionar los tiempos del equipo, comunicarse con los jugadores y transmitir órdenes tanto a su línea como a las de delante. Esa posición le venía al pelo, pero no hacía que fuera más fácil.

El único frente unido era el de las chicas. Y Kenma, pero él era un caso aparte. Toda la tensión que estábamos acumulando explotó cuando Daymen y Bran chocaron. Daymen iba tan rápido que le hizo imposible frenar y, de la inercia, empujó a su hermano hasta caer al suelo. Si esa situación hubiera ocurrido con cualquier otra persona, todo habría acabado con una disculpa, pero no, se tenían que chocar lo únicos con verdaderos problemas en toda la pista. Brandon se levantó del suelo hecho una fiera e intentó dar un puñetazo en la mejilla derecha a su hermano. Fue tan inesperado que ni siquiera tuvo tiempo de esquivarlo, pero reaccionó lo suficientemente rápido como para devolvérselo el doble de fuerte.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora