TRES

129 17 0
                                    


TAN solo llevaba dos días en la ciudad y ya era la persona más desgraciada de todo Washington.

Había pedido cita para cambiar la residencia de mi documento de identidad, mi apellido y mi pasaporte, pero por el camino desde casa hasta la comisaría perdí el maldito pasaporte. No estaba acostumbrado a perder mis cosas ya que, en casa de Braxton, eso significaba un puñetazo o algo peor, por lo que cuidaba cada una de mis cosas como oro en paño.

Pero el día no hizo nada más que empezar. Mientras me dirigía al banco, la rueda delantera derecha de mi coche explotó. Se me había olvidado cambiar los neumáticos después del viaje y la goma estaba gastada, así que tuve que cambiar las cuatro ruedas y la de repuesto, también.

Si mis desgracias hubieran terminado ahí, ni siquiera habría sido uno de mis peores días pero, al parecer, el universo estaba dispuesto a hacerme la vida imposible. Al llegar al banco me dijeron que debía pagar todos los gastos que había generado la casa desde que Scarlett había muerto, ya que había pasado a ser mía por herencia, pero había sido menor de edad, Braxton se había despreocupado de ella y después de eso yo había desaparecido del mapa.

No es como si me hubiera acostumbrado a ser rico, mamá y yo habíamos sido más pobres que las ratas y no nos había ido tan mal, pero saber que tenía cierta seguridad financiera era una razón menos para no dormir por las noches. Sin embargo, ese privilegio se estaba agotando más rápido de lo quería.

Quizás no debería haberme comprado un coche lujoso solo para molestar a Braxton. Me llevé un buen golpe de cinturón ese día pero, por lo menos, fue uno de los últimos.

Acabé en un descampado, tumbado sobre el techo del coche, fumando marihuana. Le había comprado mucha a mi contacto en Portland, pero la había consumido más rápido de lo que pensé que lo haría. Debía buscar un contacto nuevo o hacer un viaje a Oregón para conseguir más, pero ya me preocuparía de eso más tarde.

No sabía cuántas horas habían pasado cuando decidí que, de nuevo, podía considerarme una persona apta para conducir. Podía haber pasado la noche sin que me hubiera enterado o podrían haber pasado tan solo un par de horas.

Saqué el teléfono del bolsillo de la sudadera para mirar la fecha. Dieciséis de agosto de 2018. Nueve y cuarto de la mañana. Efectivamente, había visto el amanecer y ni siquiera me había percatado, pero lo que más me sorprendía era no haber cogido una maldita hipotermia por haber dormido al aire libre con tan solo una sudadera y unos pantalones cortos de chándal.

Conduje de nuevo hasta casa, esperando poder tumbarme en la cama y desperdiciar mis días siendo un despojo humano hasta que la sociedad me necesitara de nuevo. Como nada había cambiado en las diez horas anteriores, seguía siendo un desgraciado.

Al cerrar la puerta del coche, los gemelos aparecieron a mi espalda. ¿Qué clase de radar para identificar movimiento tenía esta familia? Su casa estaba a diez minutos y ni siquiera les veía aparecer.

— Buenos días, pequeño Ashler. — dijo Aiken.

Los gemelos eran idénticos, pero Aiken estaba lleno de energía y Killeen tenía cara de querer morirse. Me sentía identificado.

— ¿Pequeño?

— Es tonto, así que puedes ignorarle. — dijo Killeen mirando a su hermano con aburrimiento. — Es lo que hacemos todos.

— En fin, te vamos a llevar de paseo.

— ¿A las nueve y media de la mañana? — pregunté, intentando no sonar como si eso fuera lo último que quisiera hacer en esta vida y la siguiente.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora