TREINTA Y SEIS

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— ¿ASHLER?

Había estado perdido, como viviendo un sueño. Había vagado solo por los bosques, bañado por la oscuridad. Buscaba algo, pero no supe el qué hasta que me encontré con ello. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí, pero mis instintos me pedían que asesinara al hombre que olía a vino y putrefacción.

Sentí que alguien tiraba de mí cuando empecé a correr en su dirección y, segundos después, un lobo plateado se encontraba parado frente a mí. Su aroma era lo mejor que había olido nunca: chocolate, promesas y hojas secas.

— ¿Ashler? — preguntó.

No había movido la boca, pero pude escuchar la palabra en mi cabeza. Su voz me resultaba familiar, sin embargo, no entendía la angustia en ella. Quería moverme, acercarme a él, pero sentía como si unas cuerdas me hubieran rodeado desde la cabeza hasta la cola.

— Cachorro. — dijo una voz femenina.

Una loba blanca apareció tras el lobo plateado. Sus ojos brillaban con melancolía pero había algo en ella que no tenía sentido. Irradiaba calidez.

Antes de que pudiera decir algo, el hombre con olor a vino se movió con rapidez y embistió al lobo plateado. Pude observar que algo brillaba en su mano cuando cayó encima del animal, pero no consiguió clavarlo en su piel, sino que se incrustó en la arena bajo sus cuerpos.

La manada de lobos empezó a moverse, pero pude darme cuenta de que no todos pertenecían al mismo Alfa. Ellos no sabían lo mismo que yo.

— Él está muriendo. — dije.

No sabía si podrían escucharme. No sabía cómo funcionaba eso, no sabía cómo comunicarme con todos y no podía moverme, pero de un momento a otro los animales se detuvieron.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó una voz masculina.

Su pelaje era negro y sus ojos eran azules.

— No podéis olerlo porque los brujos lo esconden. — contesté. — Pero yo he seguido su rastro hasta aquí. Se está muriendo. Ni siquiera puede transformarse.

La loba blanca se giró hacia el hombre con olor a vino, gruñendo y con el pelaje de punta.

— ¿Por eso querías arrebatarme mi reino? — preguntó furiosa. — ¿Para alargar tu vida?

Su furia no iba dirigida a mí, pero incluso yo sentí miedo.

— ¿Estamos peleando contra la Reina? — preguntó uno de los lobos, confuso y asustado.

— ¿Estamos luchando por un cadáver?

Poco a poco, las voces empezaron a fusionarse en un remolino de decepción, frustración y engaño, pero una de ellas se escuchó con más fuerza que las demás.

— ¡Dabria! — gritó el lobo plateado. — ¡Ahora!

Una loba blanca de ojos rojos, más pequeña y tranquila, apareció de entre los lobos. Sus ojos rojos estaban posados sobre el hombre con olor a vino y hasta yo pude sentir el tirón de la orden silenciosa que estaba dando. La manada de lobos se unió a su caminata según iba pasando, enseñando colmillos y preparando garras.

— ¿Dabria? — preguntó el hombre.

El lobo plateado se lo quitó de encima con un rápido movimiento y lo empujó hasta que cayó sobre la arena. Dabria, por su parte, dejó que su cuerpo regresara a su forma humana.

— Joder. — dijo un lobo marrón con manchas blancas cuando la chica se quedó desnuda frente a todos.

Dabria se acercó al hombre con pasos tranquilos y se paró frente a él a un metro de distancia.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora