VEINTIDÓS

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ESTOY corriendo por un pasillo que no parece tener final. Busco el ascensor, pero no existe. Busco las escaleras, pero tampoco existen. El pasillo no tiene ni principio ni fin y todas las puertas están cerradas. Intento abrir una pero no se abre, pruebo en otra y tampoco, lo intento en muchas otras y ninguna se abre. Sigo corriendo hasta que mi pecho comienza a arder y, de repente, estoy frente a un espejo. Yo soy el único punto de fuga, lo único frágil. Me miro una y otra vez hasta que la rabia me consume y decido romperlo, cortándome la mano al hacerlo. Detrás de este espejo hay otro. Con la mano ensangrentada vuelvo a romperlo, solo para descubrir que detrás de este hay otro. Y otro, y otro, y otro, y así indefinidamente. Termino desmayándome sobre el charco de sangre, rodeado por trozos rotos de cristal.

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LA conversación con la familia Woodward fue como esperaba. Me preguntaron cómo estaba, respondí que estaba bien. Me preguntaron cómo habían sido los días en el Zona Sur, respondí que habían estado bien. Me preguntaron cómo creía que iba a gestionarlo, respondí que sabría llevarlo bien. Porque bien era lo único que era capaz de responder para no romperme por dentro. Kendrew nos observó desde la pared más alejada y supe que no se había creído nada de lo que dije, pero eso realmente no cambiaba nada.

La conversación con el equipo fue relativamente parecida. Me preguntaron si había podido hacer ejercicio, respondí que me las arreglé. Me preguntaron si podía entrenar con normalidad, respondí que me las arreglaba. Me preguntaron si podría jugar el partido, respondí que me las arreglaría. Porque eso era todo lo que era capaz de hacer, arreglarme.

Sin embargo, algo no estaba funcionando bien. Nunca lo veía venir, nunca conseguía comprender lo que ocurría, nunca sabía por qué aquello volvía para meterse de nuevo en mi vida. No, no otra vez. Estaba mejorando. No quería volver a ese sitio de nuevo. Pero no podía escapar.

El primer síntoma tan solo fue el deseo constante de alejarme de todo el mundo. Continué yendo a los entrenamientos pero, a parte de eso, pasé la mayor parte del tiempo acurrucado en mi cama viendo el pasar de las horas.

El segundo indicio fue la sensación de vacío. Quería consumirme, extinguirme, agotarme; quería herirme, dañarme, lastimarme. Era difícil olvidar el pasado cuando este estaba escrito sobre tu cuerpo. Me sentía hueco, adelgazando hasta el punto de casi romperme.

La última señal fue saber lo que estaba ocurriendo, pero no ser capaz de racionalizar la forma en la que me sentía. No escuchaba nada. No veía nada. Tan solo estaba ahí y, por un segundo, sentí que mi corazón moría. Podía estar bien durante un par de días, pero luego todo me golpeaba de nuevo. Dejaba de funcionar y todo se venía abajo. Quería quedarme quieto hasta que el mundo terminara.

Supuse que lo que hizo saltar las alarmas de los Woodward fue el día antes del primer partido de cuartos de final, cuando me salté el entrenamiento matutino. Me habían dado espacio, supuse que por órdenes de Raleigh, pero lo llevé hasta el extremo que ella no quería que pisara, el cual era no ir a los entrenamientos. 

Aquella mañana el timbre resonó por toda la casa del arroyo. Tan solo llamaron una vez y esperé que la persona al otro lado de la puerta se hubiera rendido. Me di la vuelta sobre el colchón, quedando de cara a la ventana. Los rayos de sol quedaban opacados por las espesas nubes negras. Un mensaje llegó a mi teléfono, haciendo vibrar la madera de la mesita de noche. Estiré el brazo lentamente para agarrarlo.


<<KENDREW>>

"Tengo tus llaves, voy a subir."


Suspiré con cansancio y agarré las sábanas para cubrirme de pies a cabeza. Quizás, si le ignoraba, se marcharía. Escuché la puerta sonar, abrirse para después cerrarse, y pude reconocer los pasos de Kendrew sobre el suelo de mármol.

Moon and SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora