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Rafe

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Rafe

Me desperté por la luz que se colaba por el ventanal, estaba amaneciendo. Elara y yo apenas habíamos dormido para entonces, ella todavía tenía sus ojos cerrados y descansaba plácidamente sobre mi pecho, con algunos mechones de pelo cubriéndole el rostro. Se los aparté con delicadeza y sonreí. Tenerla así en mis brazos me aportaba una tranquilidad y una paz que no había sentido antes estando con alguien, era como si todo estuviese bien. Cuando esa noche aparecí en su casa en el estado en el que me encontraba no esperaba que me acogiese como lo hizo. ¿Por qué? ¿Por qué era tan buena conmigo? No lo merecía. No la merecía. Pero ahí estaba. Para mí. Hasta en mi peor momento.

Cerré los ojos de nuevo, tratando de conciliar el sueño. Para cuando los volví a abrir, habían pasado más o menos dos horas y Elara ya no estaba a mi lado tumbada en la cama. Me desperté con algo de desesperación al no ubicarla a mi lado y enseguida mis ojos se pasearon por toda la habitación.

—¿Elara?— pregunté todavía algo adormilado.

Al no obtener respuesta, me levanté y decidí salir al pasillo. Escuché  voces provenientes de la planta de abajo y no dudé en ir allí. Elara estaba preparando algunas cosas sobre la mesa de la cocina, lo que supuse que sería el desayuno. Su padre, envuelto en un batín, le ayudaba a colocar las cosas. En cuanto escucharon mis pasos, ambos se giraron para mirarme. La cara de Elara enseguida se iluminó y me dedicó una sonrisa de labios sellados.

—Buenos días— dije.

—Ah, Rafe— me saludó su padre, Joel Preston, con una palmada en el hombro—. Ya me ha contado Elara lo que pasó ayer, tú no te preocupes, puedes quedarte aquí. Incluso he pensado que, si estás de acuerdo, puedo hablar con tu padre a ver si...

Por la forma calmada en la que hablaba y la expresión aliviada de El, supuse que no le había contado todos los detalles de la historia, pero sabía los suficientes. Me preguntaba si le habría comentado algo sobre la terapia.

—No creo que ahora sea un buen momento, señor— contesté—. Pero gracias. Hablaré con mi padre en cuanto se calme la cosa, mi intención no es quedarme aquí mucho tiempo.

—No te agobies, ¿sí? Tenemos una habitación de invitados libre. O también podrías dormir en la de... en la de Jared. Nadie más va a usarla de todas formas. Cambié la cama este mismo verano.

Cuando Joel nombró a su difunto hijo, Elara se giró e intentó distraerse agarrando algunos vasos de cristal, que vi que apretaba con fuerza. Entendí que no le hacía mucha gracia lo que su padre me estaba ofreciendo, aunque tratase de disimularlo.

—La de invitados está bien— le dije—. Se lo agradezco mucho, señor Preston.

—Puedes llamarme Joel, hijo— respondió. Noté que se me encogía el pecho ante sus palabras paternales—. No son necesarios los formalismos, ya eres prácticamente de la familia.

Limerencia || Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora