Limerencia; estado mental obsesivo e involuntario, propio de la atracción romántica por parte de una persona hacia otra. Implica un anhelo de reciprocidad, pensamientos, sentimientos y comportamientos obsesivo compulsivos y dependencia emocional.
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Elara
Había pasado alrededor de una semana y media desde que Rafe vino a "vivir" a mi casa. A decir verdad, la convivencia con él había sido bastante agradable, mejor de lo que me esperaba cuando se presentó en mi porche aquella noche llorando. Estábamos casi todo el día juntos, a veces sin hacer nada y otras veces me proponía algún plan al que obviamente decía que sí. Pero también hacíamos cosas cada uno por su lado, lo cual me agradaba. La idea de estar apegada a alguien todo el día no es que fuese de mi agrado, o de tener a alguien pegado a mí. Así que estaba bastante contenta por ese lado.
—Cuidado, no te acerques mucho al agua, hay caimanes— me dijo Rafe, empujándome con delicadeza lejos de la orilla del lago.
Habíamos salido a dar un paseo. Me dio curiosidad el bosque y le pedí que me enseñase la zona. Ya llevábamos bastante tiempo fuera de casa. No tardaríamos mucho en volver.
—¿En qué piensas? — me preguntó de la nada, mientras apartaba unas ramas para hacerse paso y las sujetaba para mí.
—En nada— contesté—. Hace calor.
—Elara, puedes hablar conmigo— insistió—. ¿Qué te pasa?
—Nada— repetí—. Ya te lo dije. El calor me pone de mal humor, eso es todo. No me gusta sentirme pegajosa y sudada.
Era una excusa. Todavía no lo había comentado con él. Pero Oliver había estado ignorándome. No respondía mis llamadas ni mis mensajes e incluso las pocas veces que le había visto se había apresurado por entrar en casa, sin saludarme ni darme explicaciones. Evitándome. No entendía por qué. Y me sentía horriblemente mal. Creía que Oliver era mi verdadero único amigo de confianza en la isla y... me empezó a ignorar de la nada. Estaba tan confusa. Me preguntaba una y otra vez en mi cabeza qué había hecho mal.
—Elara, deja ya el cuento— replicó—. Me preocupas. No voy a juzgarte sea lo que sea, puedes confiar en mí.
—En serio no es nada, es solo que...
—¿Qué? — inquirió saber.
No sabía si contárselo ya que mi amistad con Oliver había supuesto siempre un problema para él. Y la verdad, ya no sabía a quién de los dos creer. Al final, la conclusión que saqué de todo es que ambos se odiaban e intentaban que me alejara del otro. Pero Rafe me pidió que confiara en él... Además, había sido bastante comprensivo cuando le expliqué que era inevitable que Oliver y yo nos viésemos o charlásemos de vez en cuando. Era mi vecino después de todo.
—Oliver no contesta mis mensajes— confesé al final—. Desde que viniste a vivir con nosotros. Y no... no sé porqué.
Me quité la gorra que llevaba puesta, que Rafe me había prestado, y me limpié el sudor de la frente con el dorso de la mano.
—Pues...— apretó los labios—. No sé qué decirte, El. La gente cambia, tal vez ya no le caes bien.