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 Rafe

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Rafe

En cuanto sacó el tema de quién podría ser el posible asesino de Oliver, supe enseguida que algo no andaba bien. Elara tenía una manera especial de tratar de tranquilizarme cuando intentaba que confiara en ella, pero yo la conocía demasiado. Había estado estudiándola desde verano, conocía sus frases, sus movimientos, los pequeños gestos de su cara... No podía engañarme.

Por ello supe que lo de la batería de su teléfono no era más que una excusa. Había pasado la tarde con los Pogues. ¿De verdad quería que creyera que no habían intentado meterle ideas en la cabeza? No permitiría que arruinaran mi relación. Haría lo que fuera necesario para que eso no ocurriera.

Una vez escuché sus pasos arriba, no perdí ni un segundo en seguirle hasta mi habitación.

Ya sabía que Elara no era tonta, pero no me esperaba encontrarla arrodillada frente a la tabla de parquet, destapando el cuchillo de JJ con sus dedos. Había unido los puntos. Y yo entré en pánico.

—¿Elara?— pregunté con suavidad.

Ella se sobresaltó al escucharme, poniéndose rápidamente de pie y girándose para poder mirarme. Sus ojos estaban muy abiertos, llenos de miedo. Jamás la había visto tan asustada.

—Tú...— musitó, levantando ligeramente su dedo índice para apuntarme—. Fuiste tú.

Respiré hondo. Debía mantener la compostura si no quería empeorar la situación. Mi intención es que no se sintiera insegura a mi lado y pudiera entender que lo había hecho por su bien. Ya no había vuelta atrás ahora que me había descubierto.

—Puedo explicártelo— respondí.

Me di cuenta de que todavía sostenía el cuchillo con el que estaba cortando la carne de la cena, lo que resultaba bastante intimidante, por lo que lo dejé sobre la cómoda de madera de mi habitación.

Elara negó frenéticamente con la cabeza.

—No hay nada que explicar— sus ojos se humedecieron—. Tú has... Tú...

—Maté a Oliver— afirmé, ante lo cual ella abrió la boca ligeramente—. Por ti.

—No— negó con la cabeza, las lágrimas ya emanaban de sus ojos de forma descontrolada—. No. No, no, no— dijo entre sollozos, como si mi confesión hubiese detonado algo dentro de ella—. ¿Qué has hecho?— me miró horrorizada—. ¿¡Qué mierda has hecho!?

Quise acercarme a ella. Tal vez si la abrazaba o si sostenía sus manos, entendería que yo no trataba de hacerle daño. Que todo lo que había hecho era para que los dos pudiéramos ser felices, sin que nadie se interpusiera de nuevo en nuestra relación. Para que ella pudiera estar tranquila sabiendo que su abusador no podría herirla nunca más.

Limerencia || Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora