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Elara

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Elara

Habían transcurrido alrededor de dos semanas desde la noche de la fiesta de fin de verano. Dos semanas en las que me había dedicado a quedarme encerrada en casa, llorando y sintiéndome culpable por lo ocurrido. Kiara y Sarah venían casi todos los días a verme para intentar animarme y convencerme para dar un paseo y tomar el aire. Nunca lo conseguían, pero apreciaba sus esfuerzos. JJ, Pope y John B también vinieron algún día, pero el que más tiempo se quedaba conmigo siempre era el rubio. Los amigos de Oliver le dieron una buena paliza, aún tenía el labio partido y algún que otro moretón en el rostro aunque él le restaba importancia diciendo que no era nada.

Yo todavía no se lo había dicho a mis padres. ¿Cómo iba a hacerlo? Era tan vergonzoso, tan humillante... De solo pensar en contárselo me sentía el trozo de vidrio más frágil del mundo. Ellos sabían que algo no estaba bien pero siempre lo relacionaban con mi ruptura con Rafe, por eso los últimos días habían estado más pendientes de mí e incluso mi madre me dio una larga charla sobre chicos y las relaciones y un montón de cosas más que no quise escuchar. Si ella supiera...

Ni siquiera me había dignado a poner la denuncia todavía.

Y las pastillas me dejaban medio tonta, no me sentía yo misma la mayor parte del tiempo.

—Señorita Preston— la voz impaciente de mi profesor de historia me sacó de mis pensamientos, haciéndome tragar saliva—, ¿podría responder?

Carraspeé mi garganta, sentándome correctamente en el pupitre por la incomodidad de tener su mirada y la de mis compañeros sobre mí.

—Um...— miré con desesperación el libro, tratando de buscar en él la pregunta que me había hecho, como si fuera a encontrarla entre sus páginas. 

—La Guerra Fría inició en mil novecientos cuarenta y siete— escuché la voz de Pope, que se sentaba a unos pupitres de mí.

—Gracias, señorita Preston— respondió el profesor con ironía.

Pope apretó los labios y asintió avergonzado. Nuestro profesor nos lanzó una mirada a ambos y antes de continuar con la lección se dirigió a mí una última vez para decirme:

—Haga el favor de atender.

Asentí suavemente con la cabeza.

La vuelta a clases en mi estado estaba siendo tan buena como mala. Por un lado me alegraba volver a tener una rutina que me forzase a salir de casa. Me ayudaba a sentirme normal después de lo ocurrido con Oliver, era un recordatorio de que mi vida seguía. De que no me quedaría para siempre bajo el muelle.
Además, como repetí curso cuando murió mi hermano, iba a clase con los Pogues y ellos también me ayudaban a distraerme y a pasarlo bien dentro de lo posible.

Pero por otro lado, mi cabeza no podía dejar de dar vueltas a todo, por lo que me era extremadamente difícil prestar atención. Tanto por la situación con Oliver, como con Rafe. Por lo culpable que me sentía por no haber confiado en él, por no haberle creído cuando me advirtió.
Estuve evitándole desde que me llevó al hospital, la vergüenza se apoderaba de mí cada vez que me planteaba mandarle un mísero mensaje pidiéndole disculpas. ¿Cómo es que no me odiaba a pesar de todo? Hasta yo me odiaba a mí misma.

Limerencia || Rafe CameronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora