Adormecido

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Había intentado todo lo que se le ocurrió para calmar sus nervios, no podía más que quedarse en el sofá de la sala esperando a que su esposo y su amigo regresarán, pero los minutos pasaban corriendo uno tras otro como si quisieran burlarse de su f...

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Había intentado todo lo que se le ocurrió para calmar sus nervios, no podía más que quedarse en el sofá de la sala esperando a que su esposo y su amigo regresarán, pero los minutos pasaban corriendo uno tras otro como si quisieran burlarse de su fortuna y solo lograban aumentar su angustia.

Muy a su pesar había comido una bolsa entera de papas, como siempre que estaba ansioso no podía evitar querer comer y ahora que no tenía control sobre sus pensamientos le había sido imposible no ir a la cocina y solicitar algo con lo que tenerse entretenido.

Sus pies no se mantenían quietos, su postura sobre el sillón de la sala había cambiado tantas veces que tenía planteado mejor mantenerse de pie dando vueltas por donde pudiera.

No había segundo que no pensara en lo que podría estar ocurriendo, no quería hacerlo pero las peores escenas de lo que podría estar enfrentando Mew se repetían en su cabeza, simplemente no podía evitarlo y se atormentaba imaginando que el abogado podría estar en una peligrosa situación.

Sé preocupaba con justa razón, aun le dolía el cuerpo gracias a los golpes que Trump le dio apenas un día atrás con el auto, parecía que los moretones jamás desaparecerían. Aún con el teléfono en mano no se atrevía a revisarlo, sabía de antemano que su bandeja de entrada estaría más que vacía debido al poco contacto con sus amigos en Francia así como sabía que sin importar lo que pudiera ver en el aparato electrónico nada lo podría distraer de su única prioridad.

Mew.

Mordió sus uñas recordando como la relación entre ellos dos había tomado un rumbo completamente diferente a como empezaron unos meses atrás, muchas cicatrices adornaban su piel, pero estaba consciente de que ninguna había sido causada por Mew y por el contrario a lo que esperaba, el abogado tenía una particular forma de tratarlo que lo hacía quererlo más conforme los días pasaban.

Cerrando los ojos, aún podía sentir las yemas de los dedos ajenos pasearse por su piel en recuerdo y suspiró.

No podía imaginar su vida volviendo a ser como lo era antes.

La frustración era tanta que no podía con ella, desearía poder estar con su marido ayudándolo, porque la espera nunca se le había dado bien y mucho menos cuando alguien tan importante podría morir.

-Señor Gulf- Se sobresaltó al ser llamado repentinamente, al alzar la mirada se topó con la señora Mei de pie a escasos metros de él, con el uniforme de servicio hábilmente planchado y el cabello recogido en una coleta alta, que por alguna razón le recordó a su propia madre, ella no estaba sola y una segunda empleada esperaba pasos atrás con una charola en los brazos- Le he traído un té, le ayudará a relajarse.

Apenas bastó un movimiento de mano para que la mujer más joven se acercara hasta dejar la mesa una taza de cristal con un espeso líquido rojo y un humeante olor a hierbas que no reconoció.

-Por favor bebalo todo, le hará bien- Continuó la señora Mei con una sonrisa antes de retirarse de la misma manera en la que había llegado, dejando al joven adulto mirando aquella pieza de cristal y su contenido.

Matrimonio ArregladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora