Buscar el lugar adecuado para vivir les había tomado a Harry y Hermione algunas semanas, pues ella, por supuesto, había querido hacer un análisis exhaustivo de las distintas propuestas que les había dado el agente, quien les había ofrecido apartamentos en varias ciudades, no muy lejos de Londres, cerca de los señores Granger, tal cual se lo habían pedido. Sin embargo, Hermione también quería cerciorarse que preferiblemente fuera un pueblo cien por ciento muggle. Además, estaba lo de sus trabajos. No era la idea estar de holgazanes. Harry podía darse ese lujo al tener una fortuna propia heredada de sus padres y de Sirius, pero Hermione no la tenía, y ella no quería ser una carga. En todo caso, ambos estaban de acuerdo en que trabajar como el resto de los muggles les ayudaría a mejorar su estado anímico, preferentemente en trabajos tranquilos, así que sumado a la búsqueda del lugar perfecto para vivir, debían valorar las ofertas laborales.
Después de ver varias opciones, se decidieron por un pequeño pero moderno apartamento en un elegante edificio de ladrillos rojos en las afueras de un pueblo a varias horas de Londres, en una bonita pero sobre todo tranquila zona residencial.
Harry había conseguido un trabajo como mesero en un restaurante que ofrecía gastronomía británica, francesa, italiana y mediterránea, en un horario de cuatro de la tarde a diez de la noche, y a pesar de lo cansado que a veces se sentía, lo disfrutaba. Vivir como un muggle más era algo que no tenía precio; aunque no podía negar que a veces extrañaba la magia, sobre todo cuando le tocaba ordenar su dormitorio, lavar su ropa o arreglar la cocina, tareas que no eran de su agrado sobre todo porque le traían malos recuerdos de sus años con los Dursley. En todo caso, había descubierto que, ahora que no lo hacía por obligación como en su infancia, cocinar sí le gustaba bastante y había aprendido mucho viendo a los chefs del trabajo. Hermione, quien no era muy hábil en las tareas culinarias, se lo agradecía siempre pues, a pesar de seguir al pie de la letra la receta como si de una poción para un examen final se tratara, nunca lograba darle buen sazón a lo que preparaba.
Ella trabajaba en una floristería de diez de la mañana a cinco de la tarde entre semana, lo que le satisfacía bastante. Algo simple, muy diferente a lo que se esperaba que hiciera, y que la mantenía muy ocupada durante su tiempo laboral.
Dado que ambos tenían serios problemas para conciliar el sueño, probablemente de forma inconsciente pues quien no duerme, no sueña, las primeras semanas se quedaban hasta altas horas de la noche hablando sobre lo increíble que resultaba que hubieran sido capaces de hacer tanto siendo casi unos niños: descifrar lo de las protecciones que tenía la piedra filosofal, enfrentarse a un basilisco, salvar a Buckbeak y a Sirius, enfrentarse a poderosos mortífagos en el ministerio, buscar horrocruxes, enfrentar a Umbridge en un lugar lleno de dementores, entrar a la bóveda de los Lestrange, buscar a Bathilda Bagshot y casi ser devorados por una serpiente...
También recordaban con alegría muchas vivencias graciosas como el ver a Hagrid cuidando a un pequeño dragón, que hasta su osito de peluche tenía y le cantaba canciones de cuna, las narraciones de Lee Jordan o Luna en los partidos de Quidditch, los accidentes de Seamus Finnigan o las anécdotas del inocente Neville, sobre todo la vez que este último compró amuletos para evitar que el basilisco lo atacara porque se sentía casi un squib, la fiesta de Nick Casi Decapitado, el poema de San Valentín que le escribió Ginny a Harry en segundo año, las travesuras de los gemelos Weasley o las excentricidades de Gilderoy Lockhart... Pocas veces hablaban de los amigos que se habían ido y esto provocaba que terminaran abrazados en silencio por varias horas en las que Harry no podía evitar sentirse culpable pues habían muerto por él, por su propia decisión, pero por él al fin y al cabo. Él no sabía cuál muerte dolía más pero la de Colin Creevey era la que más lo atormentaba. El niño ni siquiera debió estar en Hogwarts el día de la batalla puesto que era un hijo de muggles y por lo tanto ese año escolar no podía haber asistido al colegio debido a que el ministerio, controlado por Voldemort, solo permitía que lo hicieran aquellos magos y brujas de sangre pura o mestiza. Pero Colin, siguiendo el llamado que hizo Neville por medio de las monedas con el encantamiento proteico que guardaban todos los que habían pertenecido al Ejército de Dumbledore, había logrado colarse en el castillo para luchar. Hasta ese punto había llegado la valentía del chico que había sido su más grande admirador. Y por eso dolía tanto.
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Heridas del alma
FanfictionDespués de una guerra quedan heridas que no necesariamente son físicas. Muchos siguen su vida pero otros toman malas decisiones y deben empezar por sanar su alma y perdonarse a sí mismos antes de darle un nuevo sentido a su existencia, sabiendo que...