-50-. SUEÑOS.

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Draco estaba sumamente ansioso esa mañana de domingo a mediados de abril en que iría con Hermione por segunda vez a Walstone Hall

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Draco estaba sumamente ansioso esa mañana de domingo a mediados de abril en que iría con Hermione por segunda vez a Walstone Hall. La había llevado por primera vez en septiembre pasado para su cumpleaños, y en aquel momento, al verla ahí extasiada por el encanto de esas tierras, supo que si su relación pasaba con éxito todas las pruebas y le proponía matrimonio, ese lugar debía ser su futuro hogar.

Ahora que habían superado todos los obstáculos y ella era su prometida, temía por su posible reacción a la idea de mudarse a esa mansión. Hermione era una mujer de gustos sencillos, ella no necesitaba grandes lujos ni una gigantesca casa para vivir y presentía que Walstone Hall iba a ser demasiado, pero siempre le había parecido una hermosa propiedad cuando ocasionalmente su abuelo Abraxas lo llevaba; la última vez unos doce años atrás.

Se imaginaba a muchos niños, propios y de amigos, recorriendo cada rincón de esa propiedad y a los adultos jugando Quidditch en algún claro. Quería que Hermione dispusiera todo a su gusto, incluso si era necesario cambiar todo por algo más moderno, o arreglar alguna de las habitaciones para tener un centro de entretenimiento donde pudieran seguir disfrutando de sus tardes de películas con una taza gigante de palomitas de maíz con caramelo derretido, sus favoritas.

Ella apenas si había divisado la casa desde lejos, y él sabía que podían vivir con una milésima de lo que esa propiedad representaba; lo había comprobado en los años que tenía viviendo con austeridad, pero deseaba darle a su futura esposa e hijos, lo que consideraba, era lo mejor. Por eso había esperado a que pasara el invierno, para que, con el brillo de la primavera, todo estuviera en su máximo esplendor la primera vez que Hermione la viera de cerca.

Draco tenía varios meses visitando la casa, haciendo algunos cambios y dando instrucciones para arreglos en el parque que rodeaba la mansión, para ponerla presentable con la esperanza de que ella se enamorara del lugar como él lo estaba.

Cavell y Glondy eran los elfos que habían sido trasladados a Walstone y por ende, los encargados de tener todo el orden en la casa y el parque. No estaban sucios ni iban andrajosos y Draco, conociendo la historia de Hermione con esas criaturas mágicas, les había ofrecido liberarlos con la promesa de ser inmediatamente contratados con una buena remuneración y días libres, por supuesto si ellos estaban de acuerdo: sabía que para muchos la liberación era considerada una gran humillación o castigo.

Él tenía unos bonitos trajes para regalarles si ellos estaban de acuerdo e incluso valoró la idea de que fuera la misma Hermione quien los liberara, pero esto no hubiera sido válido al no estar casados y no ser oficialmente una Malfoy. Sin embargo, los elfos no querían oír hablar de ser libres, mucho menos de recibir un salario, aunque no objetaron a tener tiempo libre.

—Cavell será muy feliz de seguir a las órdenes del amo Draco como lo ha hecho durante estos últimos años, y lo ha sido de la familia Malfoy por doscientos años —le había dicho haciendo una pomposa reverencia.

Heridas del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora