-42-. AMARGURA.

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Un jueves de finales de mayo, Hermione, sabiendo que Ginny acababa de llegar de una gira con su equipo, la invitó al pub muggle que visitaban ocasionalmente

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Un jueves de finales de mayo, Hermione, sabiendo que Ginny acababa de llegar de una gira con su equipo, la invitó al pub muggle que visitaban ocasionalmente. Lo había comentado con Harry y Draco y quería ser ella misma quien le contara sobre su relación antes de que saliera a la luz pública y se enterara por otros medios. Era su mejor amiga, pero sabía que los Weasley en general odiaban a los Malfoy y debido a eso había postergado mucho tiempo el hacerla partícipe de lo que pasaba.

Previendo la reacción de su amiga, se sentaron en el sitio más alejado del lugar y por si acaso, murmuró un Muffliato a su alrededor y empezó por relatarle una verdad a medias pues el estado en que había encontrado a Draco debía ser un secreto guardado el resto de su vida, dada la vergüenza que eso ahora le generaba al mago. Le dijo que por casualidad habían coincidido y que habían llegado a tratarse como amigos luego de varios meses y que ahora tenían algo más serio.

—¿Malfoy, Hermione? —preguntó con demasiada y sospechosa tranquilidad. Ella había esperado una explosión—. ¿Acaso olvidaste que fue su malvado padre quien puso el diario de Tom Riddle en mi caldero? ¡Por Merlín! ¡Apenas tenía once años y al maldito eso no le importó! Y por todo lo que pasó, ¡casi muero en la Cámara de los Secretos! Ese mismo año también intentó atacar a Harry y si no hubiera sido por Dobby, ¡quizá lo hubiera matado!

—Como bien dijiste, su padre, ¡no él! —aclaró. Ginny frunció los labios y continuó.

—¡Por su culpa murió Dumbledore! Por él, Bill casi murió y tendrá la cara marcada el resto de su vida porque ese desgraciado dejó entrar a Greyback aquella misma noche. ¡Tú misma fuiste muchas veces el blanco de los peores insultos! Recuerdo que una vez hasta hizo crecer tus dientes mientras se peleaba con Harry cuando yo estaba en tercero. ¡No puedo creer que hayas olvidado todo eso, Hermione! —Ginny negaba con la cabeza sin dar crédito a lo que escuchaba.

Hermione se había hundido en su silla con tristeza con cada frase dicha, sintiendo de pronto que hubiera preferido seguir guardando el secreto. La evidente desilusión en el rostro de su amiga la previno por lo que no quiso fomentar más la incómoda situación explicando que en esa ocasión del breve duelo entre Draco y Harry en el pasillo de las mazmorras, el encantamiento densaugeo dirigido a Harry había rebotado contra otro hechizo y por eso había llegado a ella, pero aclarar eso tampoco le iba a ayudar.

—No, no lo he olvidado, Ginny, y por supuesto entiendo tu enojo —respondió con un tono conciliador—, pero Draco ha pasado por situaciones que ni te imaginas y ha sufrido mucho por los errores de sus padres y de él mismo; pero ha madurado, ya no es aquel niño que conocimos en Hogwarts. Ahora es... diferente.

—¡No me digas! —masculló con burla nuevamente alzando la voz. Estaba apretando los puños como si quisiera contener su furia en ellos—. ¿Ha sufrido mucho? —preguntó con sarcasmo—. Pues ¡me alegro!

—Ginny...

—¡No, Hermione! —interrumpió ahora sí roja de ira—. No me pidas que te entienda. Entiéndeme tú a mí. ¡Nadie cambia! La guerra no nos cambió, únicamente sacó lo peor de todos. Él mostró siempre una cara, y fue peor cuando se convirtió en mortífago.

Heridas del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora