-EPÍLOGO-.

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Hermione tenía una pelotita rubia y tan blanca como su padre recostada en su pecho

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Hermione tenía una pelotita rubia y tan blanca como su padre recostada en su pecho. A sus pies, el fiel aunque envejecido Crookshanks dormitaba hecho un ovillo, y a su lado, Kraus, que desde que el bebé había llegado a la casa, no se había separado de su cuna.

Habían pasado tres años disfrutando de su amor como pareja cuando decidieron que era el momento ideal para hacer crecer a su familia.

Alexander no había llorado, pero es que Hermione no esperaba a que lo hiciera para acurrucarlo. Le encantaba tenerlo así de cerca todo el tiempo, protegido con sus brazos como cuando lo tenía dentro suyo. No se cansaba de repetir que le parecía increíble que algo tan pequeño y dulce hubiera nacido de ella. Ellos lo habían creado como una expresión de su amor.

Draco había sugerido romper la tradición de los Black con los nombres de estrellas o constelaciones y Hermione había secundado la idea. Al cuarto mes, después de saber que sería un varón, algo de lo que su esposa siempre estuvo segura, empezaron a usar el nombre que ambos habían elegido. Narcissa había dicho que era bueno hacer cambios, quizá pensando que en su familia no se tenía registro de que alguno hubiera sido feliz o tuviera una bonita vida. Hermione había hablado de cortar lazos. George Granger recordó al más heroico de los grandes conquistadores del mundo y estaba orgulloso del nombre de su nieto. A Lucius le gustó que tuviera el nombre de varios reyes y zares.

Había sido un embarazo completamente tranquilo, prácticamente sin ninguna molestia y sin esos extraños antojos que le habían dado a Ginny o Pansy. Hermione había seguido con sus rutinas en el invernadero de Walstone Hall y fue hasta las últimas tres semanas que se había quejado porque sus hinchados pies no entraban en los zapatos. Draco se había comportado como un esposo atento, cariñoso y sobreprotector durante todos esos meses; sin embargo, había vivido momentos de angustia durante las casi quince horas que duró el trabajo de parto.

Hermione había tenido una ruptura espontánea de la membrana amniótica cerca de la una de la mañana pero no fue hasta cuatro horas después que ella prefirió ir a San Mungo a pesar de no tener ningún dolor. Estaba tranquila, pero temía por su bebé, bebé por el que habían esperado cuatro años desde su boda.

Draco, en cambio, estaba ansioso temiendo los momentos difíciles que su esposa estaba por vivir y odiaba sentirse así, pues hubiera dado todo porque ella no sufriera dolor alguno, pero Hermione no quería saber nada de pociones o hechizos que pudieran poner en peligro a su hijo. Decía que «el parto más seguro era el que evoluciona de forma espontánea y en el que no se interviene innecesariamente».

Cerca de las nueve de la mañana, después de estar tranquilamente hablando, un fuerte dolor casi la hizo gritar. Él la tomó de una mano y con ojos vidriosos le recordaba lo valiente que ella era y que pronto la angustia pasaría, pero a pesar de que el cuello uterino estuvo completamente dilatado cerca del medio día, el bebé se negaba a abandonar el calor del hogar que lo había albergado por casi nueve meses.

Heridas del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora