Capítulo 2: Mi rey, mi padre

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Las flechas surcaban el aire como si pudieran cortarlo en rebanadas, varios hombres habían resultado heridos, pero aún era posible adentrarse un poco más en el bosque

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Las flechas surcaban el aire como si pudieran cortarlo en rebanadas, varios hombres habían resultado heridos, pero aún era posible adentrarse un poco más en el bosque. La luna iluminaba tenuemente el campo de batalla, en una guerra contínua contra la penetrante oscuridad que amenazaba con consumirlo todo.

     —¡Capitana! —El grito de uno de mis hombres llegó a mis oídos—. Tenemos una carta roja de palacio.

     Todos mis músculos se tensaron, sabía que una carta como aquella solo podía significar una cosa.

     —¡Maldición! Él viene en camino —grité sin leer el resto de la maldita nota.

      El papel rugoso y las letras bañadas en tinta roja habían sido suficientes para que ni siquiera terminara la primera oración.

     El soldado afirmó desesperado y se escondió tras un tronco en un intento por protegerse de la visión del enemigo.

     —¿Qué haremos? —gritó con el aliento entrecortado.

     Aproveché el corto cese de la batalla para empuñar mi arco y disparar una flecha que atravesó el cráneo del enemigo, un cuerpo cayó desplomado hacia delante y la sangre brotó manchando de un color negruzco la hierba.

     —Es señal de que el final está cerca —contesté sin apenas observarlo.

     Mi soldado asintió, llevábamos días en aquella batalla y el enemigo parecía multiplicarse como cucarachas, cada día llegaban más tropas del norte, aunque su habilidad para luchar era sin duda menor a la de mi ejército, comenzábamos a desgastarnos.

     —Maldición, ordena que retrocedan, regresaremos a palacio.

     —Capitana, perderemos el bosque si hacemos eso —gritó—. ¡Es una locura!

     Estaba consciente, pero mi padre vendría a la batalla y no estaba preparada para verle caer. Suspiré de frustración y disparé otra de mis flechas bañadas en veneno que atravesó un pecho enemigo.

     —Debemos hacer lo correcto —continuó él —. El rey ya ha tomado una decisión.

     Lo pensé por unos minutos en los cuales disparaba sin cesar y acabé con cuanto enemigo se atrevió a asomar alguna parte de su cuerpo.

     —De acuerdo, pero evitaremos a toda costa su muerte.

     En los ojos del soldado se podía ver la pena reflejada. Pero me negaba a ver caer a mi padre, era lo único que me quedaba.

     —¡Muévase soldado! Quiero a todos en función de su defensa.

     Él asintió y salió corriendo mientras esquivaba las flechas.                       
     La luna quedó cubierta por un grupo de nubes negras que amenazaban con una tormenta, la batalla había cesado hasta el amanecer. Mis ojos felinos adaptados a la penumbra podían ver con mayor claridad que el resto, si hubiera querido habría matado al menos cien de ellos mientras dormían, pero mi honor estaba sobre el poder.

La reina de Indra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora