Capítulo 31: La reunión

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El sol cayó ese día más lento que nunca, como si supiera que todos, tanto fuera como dentro de los muros ansiaban que llegara a cierta posición, cuando su brillo fue más débil, una enorme compuerta en el centro de la muralla se abrió, al menos cie...

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El sol cayó ese día más lento que nunca, como si supiera que todos, tanto fuera como dentro de los muros ansiaban que llegara a cierta posición, cuando su brillo fue más débil, una enorme compuerta en el centro de la muralla se abrió, al menos cien hombres salieron caminando rodeándola, avanzaban con paso decidido, lento, pero constante, hasta que solo unos pocos metros separó su grupo de mi ejército.

     —¡Venimos a pactar la paz, por favor, no hagan daño a la reina! —gritó uno de los hombres.

     —Yo capitan, doy mi palabra de que nadie será lastimado, a menos de que la agresión comience por su parte —grité a todo pulmón.

     A mi lado el rey se impacientaba y movía las manos en un gesto nervioso, como esperando que en cualquier segundo nos saltaran encima.

     Desde entre la multitud de hombres se abrió paso ella, la perra en tacones, la misma reina Úrsula vestía un traje rojo como solía ser costumbre a juego con sus labios y su pelo; caminaba mostrando más de lo que cubría de una forma que dejaría  absorto incluso hasta mi padre, en el fondo pensaba que así lo había hecho.

     Ella se movía como una leona, una cazadora experta, a pesar de tener al menos cuarenta veranos, su cuerpo se conservaba como el de una joven, aunque su rostro mostraba fracciones endurecidas por el tiempo.

     La mayoría de los hombres se embobaron al verla, solo pocos podían ver en realidad lo que había tras ese vestido rojo, una de las fieras más peligrosas, una bestia con piel de mujer.

     —Su majestad —dijo en un tono sensual, dirigiéndose a Far, quien tragó en seco antes de tomar la mano de la reina.

     —Mi reina —murmuró con los labios pegados a su mano.

     —Capitana —dijo en un tono más seco mientras me lanzaba una mirada fría—. Veo que ha crecido, la niña favorita del rey Miguel.

     Yo me adelanté dos pasos hasta quedar cerca de ella, su altura era casi igual a la mía, claro que ella tenía unos tacones gigantes y yo mis botas militares.

     —Lo sigo siendo —dije mientras la observaba directo a sus ojos, unos ojos tan ordinarios color café, que  para nada representaba a alguien tan despampanante como ella.

     —Lamento tanto su muerte. —Se burló—. Tu padre era un excelente contrincante.

     Yo sonreí ante sus palabras e intenté por todo los medios no caer en sus provocaciones.

     —Eso es porque aún no has medido tu fuerza conmigo, pequeña perra. —Me acerqué más a ella para susurrarle en un tono apenas perceptible—. Puede que esas enormes tetas te sirvan para engatusar a todo mi ejército, pero no lo podrás hacer conmigo, es hora de que tumbe esa corona de tu cabeza.

     Y de la misma forma me incorporé mientras sonreía. Nadie se había percatado de nuestra pequeña charla.

     —Es un placer mi reina —dije esta vez en un tono para que todos lo escucharan.

La reina de Indra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora