Capítulo 32: Un pacto de sangre

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Tres horas pasaron después de la reunión y la noche terminó de asentarse, justo cuando la luna estaba en el centro del cielo, el rey ordenó al batallón formar frente a las murallas del palacio, sabía a la perfección que era una trampa, nadie en el...

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Tres horas pasaron después de la reunión y la noche terminó de asentarse, justo cuando la luna estaba en el centro del cielo, el rey ordenó al batallón formar frente a las murallas del palacio, sabía a la perfección que era una trampa, nadie en el mundo podría ser más ingenuo, pero lo dejaría caer en sus garras, aquel era su ejército y también sería su error, por mucho que no me gustara.

     —Soldado. —Tomé la mano de un joven que pasaba despistado—. Necesito que parta hacia Phaedra debe entregar este mensaje al comandante Declan.

     Deposité el pequeño pedazo de papel entre sus manos y se las cerré con fuerza, la expresión de asombro del chico se extendió. Pero aquel papel no era más que un mensaje de ayuda.

     —Pero Capitán, Phaedra está a una semana a caballo —se quejó—. Además, es muy peligroso viajar solo.

     —Pero igual lo harás —le interrumpí—. ¿O crees que es menos peligroso entrar al castillo enemigo para firmar una supuesta paz sin que nadie quede afuera?

     El muchacho pareció comprender y asintió con resignación.

     —Toma al mejor caballo y parte ahora mismo.

     Él asintió y salió con paso firme hasta la fila de los sagrados animales. Yo me encaminé al frente del ejército junto al rey y aunque no lo miraba podía sentir el latido de su corazón chocar contra su pecho, pero aún así me limité a mirar al frente.

     Unas cadenas comenzaron a chirriar en el muro y una gigantesca puerta que antes era invisible se abrió, los soldados se enfilaron y comenzaron a marchar con paso decidido dentro de la fortaleza, rodeándonos al rey y a mí como modo de protección.

     Lo que mis ojos vieron fue suficiente para dejarnos paralizados a todos, las casas de Nefeli, estaban apiladas unas sobre otras, formando hermosas colinas trenzadas de hogares que aparecían alrededor de lo que creía era una estructura mayor, el material con que estaban hechas eran como pequeñas hebras de hilo dorado, pero aquello no era lo más impresionante, sino, las personas que nos miraban asombradas, ellos eran una mezcla sumamente gloriosa, en sus espaldas lucían alas de todas las formas y colores, algunos tenían piernas de aves, otros plumas en todo su cuerpo, pero cada uno era una absoluta perfección.

     La belleza de Nefeli no estaba en su ciudad construida a base de hilos de dioses, sino en sus habitantes, en los niños que jugaban bajo la penumbra de la noche a atrapar luciérnagas mientras movían sus alas en señal de inquietud.

     Cuando el primer impacto de la belleza nos dejó, pude ver más allá de aquella hermosa ciudad, un pueblo triste, a pesar de las alas, las plumas y la alegría, nadie agitaba sus alas,  ninguno de ellos era capaz de volar, todo el reino estaba adaptado para caminantes.

     A los niños pequeños no parecía importarles, jugaban libres moviendo las alas, pero aun así sin poder levantarse un milímetro del suelo, en cambio las personas mayores nos miraban con cierto recelo, una tristeza profunda y desgarradora los consumía.

La reina de Indra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora