Capítulo 4: El príncipe

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                 Phaedra, Indra 5600 DAE

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                 Phaedra, Indra 5600 DAE

     Después de la muerte del rey la ciudad se había quedado devastada, incluso nuestros enemigos habían retrocedido un paso y habían frenado su lucha. Durante todos los años en que el rey había gobernado, nadie había dudado de su honor, el hecho de que murió en batalla citaba una ley tan antigua como el mismo continente.

              «La muerte de un rey en la guerra ha de ser tomada con honor y benevolencia, incluso por el enemigo. Diez días de paz se han de conceder entre los contrincantes, de ser violada degradaría el honor del que ose desafiar la voluntad de los antiguos».Recité en mi cabeza cada pedazo que mi padre me había enseñado al dedillo. Esas eran leyes tan antiguas que estaban gravadas en la sangre de todo el pueblo de Indra, por ello los diez días y diez noches de luto habían comenzado.

     Después de la coronación del nuevo rey, las tres casas debían reunirse y pactar la paz. Si así lo consentían, pero para mí aquello era algo tan imposible como el cese del tiempo. El continente había quedado de forma irremediable, dividido por fronteras invisibles al ojo, pero visibles a la maldad.

     —Atena —Declan interrumpió en mi habitación—. Te ves hermosa —dijo después de observarme por completo, refiriéndose a la fina tela negra que cubría mi pálida piel.

     Mi largo pelo del mismo color recogido en una coleta y mis pies descalzos eran sin duda un signo de fortaleza; que los hombres se empeñaban en nombrar «belleza», algo absurdo para mí, la verdadera belleza no era visible.

     —Debes hacerlo —continuó—. Te necesitamos.

     —¡Me necesitan en el campo de batalla! —afirmé algo angustiada.

     —Yo tomaré tu lugar, podemos hacerlo.

     —¡Declan! —Me acerqué a él hasta quedar frente con frente, aunque era más bajo, no impedía que intentara imponerme sus ideas—. Ambos sabemos que no estoy hecha para gobernar.

     —Atena, no hay heredero al trono y el rey te lo cedió antes de su muerte.

     —¡Yo no lo pedí maldita sea! ¡No lo pedí! —grité mientras me desmoronaba en el suelo—. Lo necesito a él, necesito que vuelva.

     Las lágrimas se derramaban de mis ojos una tras otra, un dolor más punzante que una cortada con acero se me había clavado en el pecho impidiéndome respirar.

     —No eres así —afirmó él.

     Los recuerdos de mi padre se abalanzaron en mi memoria, casi podía ver su rostro decepcionado, sus palabras antes de morir fueron lo único que me impulsaron a levantarme.

     —Tienes razón —dije poniéndome de pie—, él no lo querría así.

     Tan rápido como me derrumbé me había recompuesto, no tenía derecho a llorar, ni siquiera tenía derecho a sentir, aquel era mi destino y no había otra salida.

La reina de Indra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora