Al amanecer, las velas del barco enemigo ondearon en la entrada de Indra, desalojamos la embarcación robada y marchamos en silencio hasta atravesar la entrada, los hombres que cuidaban el puente abrieron tanto los ojos al vernos llegar, que incluso algunos agarraron fuerte las armas a la espera de un ataque.
Dos de mis hombres cargaban a Declan, su condición estaba pésima, no permitiría que muriera, podía haber salvado un pueblo perdido o la vida de mi hombre, pero mis prioridades estaban claras.
Al entrar en la ciudad el aire se volvió tenso, las miradas expectantes de todos los ciudadanos nos seguían, como dagas punzantes a donde quiera que íbamos; el llanto de las mujeres cuyos hombres no habían vuelto, aumentaba el sentimiento de desprecio que se olía en las calles, de los barrios más pobres. Comenzaba a pensar que en cualquier momento saltarían sobre nosotros hambrientos de sangre.
Pero todo eso cambió a medida que nos adentramos más en la ciudad, las viejas casas, el olor a podrido y la pobreza fue sustituido por bellos palacetes y un leve aroma a pan fresco. Los halagos y alabanzas de los nobles llenaban de alegría a los pocos soldados que aún me acompañaban en la caravana. La mayoría se había separado al ver a su familia.
«Treinta hombres habían salido, solo quince habían regresado». No dejaba de repetirme aquella frase en mi cabeza.
No sentía la muerte de aquellos hombres sin rostro que habían caído por su pueblo, pero si sentía una punzada en el corazón cada vez que observaba ante mí el cuerpo de Declan moribundo, mientras ellos lo cargaban hasta palacio.
En cuanto las puertas se abrieron, el olor a hogar me golpeó, las lujosas cortinas del palacio estaban abiertas permitiendo que la luz se escabullera por las ventanas, entonces decidí que lo mejor era disfrutar de aquella hermosa paz que prevalecía ante la tormenta, que de una forma inevitable se avecinaba a paso constante.
—¡Aitor! —Llamé al joven—. Sabes que hacer, lleva a Declan a la enfermería y cierra la puerta con llave, quédate solo tú con él, pase lo que pase, no salgas de allí.
El muchacho lo dudó por un momento, pero luego asintió. Su mirada era inquieta y observaba todo el tiempo de un lado a otro.
—Espero verla de nuevo —dijo mientras se marchaba a grandes zancadas.
Yo le dediqué el mayor gesto de afecto que le había ha dado a cualquiera de mis hombres colocando una mano en su hombro.
—No mueras. —Fueron las últimas palabras que le dije.
Me deshice del uniforme negro, de las botas y de la liga que ataba mi cabello, me deshice de las cicatrices, incluso de mi personalidad y caminé desnuda hasta llegar a mi habitación, dejando un rastro de prendas a mi paso que no significaban nada para mí.
Tenía una oportunidad en un millón, nunca antes me había jugado tanto, nunca en mi vida había creído que estaría tan cerca de perder el legado de mi padre.
El agua fría golpeó mi cuerpo de golpe y solo un suspiro de alivio escapó de mis labios, la necesidad de librarme de mi propia piel era casi abrumadora, odiaba aquella sensación de fracaso.
—Atena. —La voz de mi amiga interrumpió mi baño.
Yo no le respondí, pero aun así ella entró en la habitación, con pequeños pasos, casi de puntillas, como si temiera romper el silencio en el que estaba sumergida.
—Lo sabes —afirmó en un susurro y tomó una de las esponjas que yacían al lado de la bañera, comenzó a frotar mi espalda con delicadeza.
—He intentado hacerlos cambiar de opinión —continuó—. Incluso el panadero ¿Cómo se llama?, Felipe. Habló a tu favor, pero están necios, el pueblo tiene hambre, están cansados y te culpan a ti y al rey por ello.
Ella hizo una pausa para enjuagar la esponja que luego continuó frotando por mis extremidades, esta vez más fuerte.
—No sé si puedo ayudarte en algo, pero de ser así dímelo —continuó.
—Cásate con él —dije de pronto.
—¿De qué hablas? —Se quedó paralizada.
La idea terminó de formarse en mi mente y esta vez hablé con mayor claridad.
—Si te casas con el príncipe, apaciguaría a la multitud, una impura en la realeza, no mejor aún, una impura dirigiéndolos.
—No creo que eso funcione —dijo ella algo asustada
—Tienes que ayudarme —afirmé—. Es una solución. —Me puse de pie de un brinco, salí de la tina chorreando agua, me cubrí con un vestido de satín rojo, mi cuerpo mojado hizo que el vestido se pegara a mis curvas mostrando mi desnudez casi por completo; la miré a los ojos como cuando éramos unas pequeñas, ella permaneció seria y luego suspiró frustrada dejando caer las manos a los lados de su cuerpo.
—No sé qué planeas, solo espero que funcione —dijo en un susurro.
—Gracias por confiar en mí —dije abrazándola, a lo que ella respondió con un suspiro.
—Vamos. —Tomé a Anabella de las manos y la jalé fuera de la habitación.
Al menos ahora tenía un plan, una mínima oportunidad de salvarnos.
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La reina de Indra [Completa] ©
FantasyHambre, desesperación, miseria; en cada rincón de Indra reina el caos, después de que la especie humana quedara totalmente contaminada, el mundo retrocedió en la historia, los avances tecnológicos se perdieron junto con la cultura y la ciencia, deja...