Capítulo 12: Siempre fuiste tú

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Como había dicho el duende allí estaba, resplandeciente de vida, el barco enemigo estaba en el río, si no me equivocaba debían haber anclado por provisiones, la zona en la que nos encontrábamos era rica en fauna y flora, los árboles llegaban hasta...

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Como había dicho el duende allí estaba, resplandeciente de vida, el barco enemigo estaba en el río, si no me equivocaba debían haber anclado por provisiones, la zona en la que nos encontrábamos era rica en fauna y flora, los árboles llegaban hasta la orilla del río y las enredaderas colgaban de las copas hasta tocar las aguas.

     —¿Cree usted que sea una buena idea Capitán? —me preguntó Aitor mientras observaba la embarcación.

     —¿Tenemos otra opción acaso? —Le regañé por lo bajo—. Los hombres están cansados.

     Aitor frunció el ceño y miró con desafío el barco.

     —Debemos hacerlo ahora —dijo levantándose—. ¡Vamos de la orden!

     —¿De qué habla, soldado?

     —Si los atacamos ahora estarán desprevenidos, la mayoría debe haber bajado, no estarán muy lejos, hay que apresurarse.

     Le hice señales a mis hombres para que se acercaran, enseguida acataron las órdenes, nos dirigimos al barco por tierra todo lo que pudimos, hasta que no nos quedó otra opción que sumergirnos en las aguas turbias del río para no ser vistos.

     Dos soldados enemigos vigilaban la popa del barco mientras balbuceaban estupideces.

     —¿Crees que el capitán regrese pronto? —Escuché que uno le decía al otro.

     —La verdad es que mejor que no, deberíamos soltar el ancla y dejarlo tirado.

     El primero se rio y aproveché la distracción para tirar una cuerda que quedó enganchada de forma sutil a la baranda del barco.

     —Tú no serías capaz ni de alzarle la voz —continuó entre risas.

     Yo le hice señales a Aitor quien comenzó a trepar justo debajo de mí, por babor el príncipe había logrado atar otra cuerda y trepaba silencioso junto a otro grupo de hombres.

     Le hice señales a Far y nos lanzamos sobre la cubierta del barco, ambos hombres se alarmaron al vernos, aunque para nuestra sorpresa no había nadie más, ellos no opusieran resistencia y levantaron las manos en cuanto nos vieron.

     —Aitor, que revisen el barco de arriba abajo.

     —Sí, mi capitán —respondió el muchacho.

     —Tírenlos por la borda y leven anclas ¡Ya tenemos transporte, señores!

     Todos mis hombres rugieron de la alegría mientras el barco comenzaba a moverse río arriba, las imponentes velas se inflaron empujadas por un viento que en el momento consideré casi divino por su oportuna llegada.

     Media hora después ya nos habíamos alejado lo suficiente del lugar como para relajar mis hombros y librarme de la tensión, decidí explorar un poco el barco mientras todos estaban ocupados saqueando el comedor o decidiendo el camarote que ocuparían, en medio de mi recorrido por la cubierta del barco descubrí una pequeña puerta en la parte baja de las escaleras y supuse que sería del capitán.

La reina de Indra [Completa] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora