2. Vida mediocre Parte I

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NICO

Salgo del maldito infierno en el que voy a vivir los próximos doce meses. El bufete McFarland y asociados. De verdad, el peor día de mi vida.

Leila sale de la cafetería con dos cafés enormes.

— Toma —me tiende el mío y nos sentamos en un banco de la calle a tomarlos— ¿Cómo ha ido el día? —la miro.

— Fatal. Me levanté tarde... mira mi traje —levanta una ceja y me mira.

— ¿Qué le pasa? — ¿En serio?

— Mi gato lo usó de cama. Está mal planchado, lleno de pelos, me he manchado con el bollo del desayuno, creo que le he caído mal uno de los asociados y para colmo debo compartir la mesa con una chica repelente que parece sacada de una revista de macarras.

— ¿Y eso? ¿Compartirás mesa? —mira su teléfono, algo que sabe que me da rabia que haga cuando hablamos.

— Sí —le doy un trago a mi café—. Según lo que sé, es la primera de su promoción, igual que yo. Pero si la vieras. Tatuada, maquillada, iba con unos vaqueros rotos. Parece más, una macarra de bario intentando ser elegante, que una abogada.

— Bueno, a lo mejor es buena en su trabajo y te ayuda.

— Lo dudo —le digo algo enfadado aún por todo mi primer día de mierda.

— Pues yo he tenido que ir a la biblioteca con Estefi porque me dejé el libro que necesitaba ayer. Y al final he perdido toda la mañana y no he hecho nada. Estaba deseando verte.

Deja su café a un lado y se recuesta sobre mi pecho. Rodeo sus hombros con mi brazo y la beso la coronilla. Siempre me dice que está deseando verme y me hace pensar muchas veces qué es lo que yo siento por ella.

Nunca siento que necesite quedar con ella, lo hago sin más. Es guapa. Morenita, con media melena, ojos marrones comunes. No es gorda pero no es delgada. Aunque le salen un par de hoyuelos al reír que siempre me han llamado la atención.

Al principio hablábamos durante horas. Le gustan los videojuegos como a mí, los libros y el cine de terror, como a mí. Tenemos tantas cosas en común que me abrumaba. Pero desde hace unos meses, estamos sumidos en una rutina que me da miedo. Porque no siento la necesidad de hacer planes con ella como antes. Nunca tiene dinero para salir o ir al cine. Menos aún para hacer un viaje de fin de semana.

Dejó de trabajar para centrarse en los estudios, pero, está de todo, menos centrada. Vive con su hermano mayor y su madre. Aunque su madre trabaja todo el día en un supermercado y llega muy tarde a casa. Y su hermano, bueno es un parásito de la sociedad. Se ha liado con una tipa adinerada que le paga todos sus lujos y caprichos.

— ¿Quieres venir a casa? —salgo de mis pensamientos y la miro— Mi hermano se va toda la semana y mi madre... ya sabes que casi hasta las doce no está. Ahora nos vamos a ver menos porque trabajas en el bufete, así que podríamos a provechar —me levanta ambas cejas y aunque no me motiva mucho el plan. Estaría feo decirle que no. Le sonrío y le doy un ligero pico como confirmación.

Vamos en metro. Porque no tengo coche y obviamente Leila tampoco. Llegamos a su casa en menos de una hora. No hay nadie como me había prometido. Nos preparamos unos sándwiches para merendar y lo hacemos viendo la tele mientras Leila me cuenta como quiere plantear sus próximas semanas de estudio. Creo que es un plan poco eficiente, teniendo en cuenta como es ella. Pero no le digo nada, porque discutiríamos, y bastante día de mierda he tenido, como para encima estropearlo con ella también.

La rutina de nuestra vida nos absorbe. Terminamos de merendar, ella me coge de la mano y nos encaminamos a su cuarto. Cierra la puerta y se comienza a quitar la camiseta con una sonrisa pícara. Me quito la mía y los pantalones mientras ella hace lo mismo. Le desabrocho el sujetador y acaricio su espalda. Su piel es suave, muy blanca y huele bien. A jabón. Como siempre. Beso su cuello y ella se gira, besa mis labios con pequeños picos, la sujeto de las caderas, mientras la empujo hacia la cama.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora