22. Consecuencias

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NICO

Mi abuelo siempre decía que las mentiras tienen las patas muy cortas. Y tiene razón, porque siempre te pillan. Eso también lo decía. Anoche cuando Leila se fue de mi casa, una presión muy fuerte me oprimía el pecho. Solo una vez me sentí tan hundido. Y fue cuando mi madre me dejó. Decidió poner fin a una vida, a su vida y me dejó solo.

Esta es la misma sensación. Tristeza, soledad y desesperación. No puede ser sano sentir algo así por alguien. Necesito verla, saber que está bien, que sus heridas a pesar de mí, curarán. Que ella saldrá adelante. Hoy no ha venido a trabajar. Dice que está enferma, pero yo sé que no es cierto. Y si está enferma es por mi culpa. Ni siquiera me cambié de ropa anoche y he venido al trabajo con unas pintas que, cuando el jefe ha venido a hablar conmigo, me ha mandado directo al archivo. A clasificar casos.

Y aquí estoy llorando como el enorme gilipollas que soy. Porque debí dejar a Leila la primera vez que sentí que ella no era la mujer de mi vida. La primera vez que vi que no estábamos hechos el uno para el otro.

Me habría evitado el hacer daño a dos personas. Una a la que he querido mucho y otra a la que amo por encima de todo y todos. Y con un dolor inmenso en mi corazón, debo lamerme las heridas. Pero tampoco puedo dejarme vencer. Mi abuelo me enseñó que si me caigo debo levantarme, levantar el mentón y afrontar las consecuencias. Pero esto es mucho más difícil de lo que parece.

— ¿Nico? —la voz del jefe retumba en la sala.

— ¿Sí? —me asomo como puedo entre la pila de papeles.

— Oye, es la hora de irnos. Me han comentado que ni siquiera saliste a tomar un café.

— Ya, se me ha pasado el tiempo volando —miento.

— Bueno, a veces nos pasa esto. He pensado... —le veo dudar— que quizá quieras comer conmigo. Me gustaría hablar contigo de algo.

— Em... hoy quizá no soy la mejor compañía para eso, señor.

— No importa. No hace falta ser la mejor compañía para una buena charla. Venga vamos. Yo te invito. Pero, mañana terminas con esto.

— Em... vale.

Salimos de la sala y nos dirigimos a la salida.

— Siento haber venido así hoy... anoche no tuve mi mejor noche y bueno yo...

— No te preocupes. A todos nos pasan cosas. La próxima vez, aunque sea, moléstate en que se note menos. Pero no te preocupes.

— Ya, pero... que vergüenza, señor —realmente parece que fuese un vagabundo.

— Nada hombre —me da una palmada en la espalda— y, por favor no me llames señor. Solo tengo 30 años. Mi padre sí es un señor, pero yo... —me guiña el ojo y me sonríe— así que el fin de semana en la playa con Laura ha sido un desastre ¿eh?

Le miro sorprendido. No pensé que fuese a hilar una cosa con la otra, pero claro. Ella no viene y yo con estas pintas.

— No bueno, el fin de semana fue genial. Solo que sé cagarla a lo grande cuando me pongo. Y digamos que la vuelta fue, desastrosa.

— ¿Y eso?

No puedo contarle ¿No?

— Venga, en confianza —salimos por el rellano y de ahí a la calle—, Laura y tú parecíais muy emocionados y bueno que casualidad que ella cae mala y tú... —me señala de arriba abajo.

— Esto ¿Puedo hacerle una pregunta? —no pierdo nada por confiar en él ¿no?

— Claro —mira su móvil

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora