24. Un beso lo cura todo Parte I

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NICO

Me gustaría decir que estoy bien. Que el hecho de que haya quedado con otro para comer dos días después del descubrimiento de mi mentira, no me duele. Mentiría. Y eso debe acabar. Mentiras cero en mi vida.

En el archivo, por un momento he sentido esa enorme conexión que hay entre ambos. La he notado receptiva. Era como si algo en mi interior me dijese, solo tienes que currártelo un poco. Pero al salir de ese ascensor todo se ha venido abajo. Falsas esperanzas que se van por el retrete. Una vez más.

— ¡Hola yayo! —saludo a mi abuelo que está viendo la tele.

— Hijo ¿Qué tal hoy? —apaga el televisor y me mira atentamente

— Me gustaría decirte que bien. Pero no. Por un momento creí que quizá si me lo curraba la tendría de nuevo. Pero ha aparecido el tipo de su casa. La ha besado y se han ido juntos a comer —mi abuelo frunce el ceño. Como si le sorprendiese y le enfadase a la vez.

— Vaya ¿Y si te está dando celos?

— ¿Por qué iba a darme celos? La he hecho daño yo, soy yo quien debe ir detrás de ella, no tiene motivos para ponerme celoso.

— Quizá para que sepas lo que sintió ella.

— No, yayo. Da igual, todo da igual. Ella no es para mí. Punto.

Me voy a mi cuarto, no tengo ganas de comer. Enciendo el ordenador. Ayer vi publicado en las noticias del master que quiero hacer, la posibilidad de hacerlo en Londres. Renunciaría a mi beca en McFarland. Pero tendría el plus del idioma y las leyes de allí.

En un impulso entro en la página y hecho la solicitud. Aquí solo me ata el yayo y me lo puedo llevar los dos años que dura el máster. Podría alquilar este piso y con eso más algún curro por allí podría permitirme un piso para los dos. Voldemort vendría también. Si me dejan, claro.

Alguien da dos golpes en la ventana y miro. Es Leila. ¿En serio? Le abro la ventana y la dejo entrar, si ha venido hasta aquí será por algo.

— Hola —me dice nada más entrar.

Oigo de fondo el timbre de casa. Debe ser Kathy, quedó en venir y ayudarme con la casa. Llevo unos días algo disperso.

— Hola —le digo— ¿Cómo estás?

— Bueno. He estado mejor —se encoje de hombros— ¿Y tú?

— Bueno. También he estado mejor. ¿A qué has venido?

— Bueno, es que he estado pensando. Puede que tengas razón y nuestra relación haya sido muy tranquila. Pero yo te quiero. Sé que siempre me he negado a hacer cosas en la cama o como pareja y puede que deba ceder en eso. Entiendo que busques más... —la veo pensar— pasión. Puedo dártela.

Comienza a desabrocharse el pantalón.

— ¿Qué haces Leila? —la freno antes de que haga una tontería— No lo has entendido.

— Claro que sí. Tú quieres más como pareja y yo quiero dártelo. Mucha gente es infiel porque busca cosas fuera que no tiene dentro. Pero yo puedo hacer lo que necesites. Solo quiero no perderte. Yo te perdono, Nico.

¿Me perdona?

— Leila. No estoy enamorado de ti. Eres una buena amiga, eres una gran amiga. Siempre has estado ahí y me he conformado con tener las migajas de una relación porque pensaba que no había más para mí. Pero...

— No lo digas por favor. Démonos otra oportunidad Nico. Tú eres mi alma gemela —intenta acercarse a mí, pero, me alejo de ella haciendo que se vuelva a cerrar los pantalones con vergüenza— Nos gustan las mismas cosas, somos parecidos en todo. Yo seré profesora y tú abogado. Viviremos aquí y tendremos hijos.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora